Las Cruzadas – parte 4
“Los expulsarán de las sinagogas, y aun llegará el momento en que cualquiera que los mate creerá que así presta un servicio a Dios” (Juan 16:2).
En 1097, los cruzados “oficiales” avanzaban camino a Jerusalén, haciendo una parada en Antioquía. Antioquía había sido tomada por los turcos doce años antes, así que los bizantinos estaban ansiosos por recuperarla. La ciudad, bien fortificada, era tan grande, que el ejército cruzado no pudo rodearla. El asedio comenzó bien: nada puede emocionar más a una multitud que arrojar doscientas cabezas turcas por la muralla. Sin embargo, tras ocho meses de hambruna, ataques de dos ejércitos externos y episodios de canibalismo, la situación parecía sombría. Para empeorar las cosas, otro ejército turco estaba en camino.
Entonces, un caballero llamado Bohemundo sobornó al capitán de la guardia de Antioquía y los cruzados entraron, matando a los turcos. Sin embargo, cuando llegó el enorme ejército turco que venía en camino, los cruzados se vieron atrapados en la ciudad que acababan de conquistar. Solo había una forma de ganar: mediante el alocado fanatismo religioso. Pedro Bartolomé declaró que había recibido una visión en la que se le indicaba que la lanza con la que atravesaron el costado de Jesús, la “lanza sagrada”, estaba enterrada en la catedral de la ciudad.
Como en las excavaciones iniciales no encontraron nada, Pedro mismo entró a la excavación ¡y listo! ¡Encontró una punta de lanza! No importa que ya estuviera en exhibición en otro lugar. ¡No había duda de que Dios debía estar de su parte! Los cruzados se unieron y vencieron al ejército turco (al poco tiempo, Pedro Bartolomé intentó convencer a los escépticos de que él no era un fraude, pasando ileso por un horno de fuego. Días después, murió debido a las quemaduras).
La mayoría de los cruzados estaban listos para regresar a su tierra. Jerusalén estaba ahora en manos de árabes más flexibles, y a los cristianos de Jerusalén no les entusiasmaba la idea de ser conquistados nuevamente. Pero un grupo de cruzados se dirigió allí de todos modos. El asedio a Jerusalén no comenzó tan bien como el de Antioquía, y en poco tiempo los cruzados se estaban muriendo de hambre. Sin embargo, después de una inspiradora marcha al estilo Josué alrededor de las murallas de la ciudad, lograron irrumpir. Masacraron a todos los judíos y musulmanes que encontraron, y pronto las calles se llenaron de sangre. Los gobernantes de la ciudad habían expulsado a los cristianos, por lo que no tuvieron que preocuparse por identificar a sus víctimas.
Después de cuatro siglos y medio, Jerusalén estaba nuevamente en manos de personas que se hacían llamar cristianos.