Justo y el Justo
“Esto es bueno y agradable delante de Dios, nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:3, 4).
Pablo apela a que se hagan oraciones, ruegos, peticiones y acción de gracias por todos los hombres. ¿Por qué? Los argumentos son simples y contundentes: Dios quiere que todos los hombres sean salvos.
Constituido heraldo para transmitir un mensaje real, y enviado por voluntad de Dios como maestro discipulador de los gentiles –es decir, de todas las naciones–, Pablo acepta el desafío.
Erli y Justo habían formado una linda familia. Él llegó a ocupar altas responsabilidades en las Fuerzas Armadas de Brasil. Ella era descendiente de familias adventistas misioneras, y su mayor sueño era que Justo aceptara a Jesús, el Justo, como su Salvador personal.
Justo era respetuoso de la religión, pero no quería saber nada de Dios. Durante treinta años, Erli oró, clamó y suplicó por un milagro de Dios. También lo hacía para que sus hijos, Pedro, Isabela y Marcio, se afirmaran en el Señor.
Tuvimos la oportunidad de conocer a esta familia maravillosa. Fueron invitados a participar de un pequeño grupo que teníamos con parte de las familias de la División Sudamericana. El estudio de la Biblia, las oraciones, la confraternidad y, sobre todo, el amor y el poder de Dios, fueron cumpliendo los sueños de Erli.
Justo tomó su decisión, y fue bautizado. Pedro afirmó sus pasos en la fe y fue a estudiar Teología (hoy es pastor, y sirve al Señor y a su iglesia junto con su esposa, Cecilia). Isabela estudió Psicología, y hoy es una profesional que camina en los pasos de Jesús. Por Marcio, la familia sigue orando.
Pablo dice que vamos a orar por todos, pero sobre todo vamos a orar para que todos se salven. Vivimos en el tiempo más solemne de la historia de este mundo. La suerte de las innumerables multitudes está por decidirse. “Debemos velar, obrar y orar como si este fuese el último día que se nos concede” (Elena de White, Joyas de los testimonios, t. 2, p. 59).
¿Qué necesitamos? “Necesitamos humillarnos ante el Señor, ayunar, orar y meditar mucho en su Palabra […]. Debemos tratar de adquirir actualmente una experiencia profunda y viva en las cosas de Dios, sin perder un solo instante” (Elena de White, Consejos para la iglesia, p. 84).
Seamos misioneros consagrados porque todavía quedan muchos Justos que necesitan un encuentro definitivo con el Justo.