Una línea de ladrillos rojos
“Pues hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo hombre” (1 Timoteo 2:5).
Un mediador es un portavoz, un árbitro, un intermediario, un tercero que actúa entre dos partes que están en disputa con miras a una reconciliación o acuerdo. Así, Pablo afirma que Jesucristo es el único Mediador entre Dios y el hombre. Nada más cierto, ya que representa a Dios ante los hombres y a los hombres ante Dios con el fin de salvar al hombre.
Esto requiere una relación íntima con ambas partes y, para esto, debe poseer la naturaleza y los atributos de ambos; es decir, la divinidad y la humanidad. Jesucristo es el único que es capaz de cumplir este papel singular: como Dios, puede representar correctamente a la Deidad; como hombre, puede ministrar con simpatía en su favor.
Dios no necesita un mediador. Somos nosotros los que lo necesitamos. ¿Por qué? Porque hay problemas, diferencias, división, enemistades, contiendas y rebeldías. Las dos partes tienen que estar dispuestas a ser reconciliadas. Dios siempre lo está, y él mismo dispuso el rescate, el mediador y la reconciliación.
El tiempo está terminando: “Así también Cristo, una vez terminada su obra de Mediador, aparecerá ‘sin relación ya con el pecado’ y para salvar […] para bendecir con vida eterna a su pueblo que lo espera. Así el gran plan de la redención alcanzará su cumplimiento en la extirpación final del pecado y la liberación de todos los que estuvieron dispuestos a renunciar al mal” (Elena de White, Cristo en su Santuario, p. 118).
Si entre los canales de Venecia un turista quiere llegar a la catedral de San Marcos, tiene que seguir el camino de los ladrillos rojos. Nosotros caminamos como extranjeros entre los canales de pecado de este mundo. Nuestra aspiración no es hacer turismo en Venecia, sino en el vasto Universo de Dios. Nuestro sueño no es visitar la catedral de San Marcos, sino morar en el Trono de Dios.
Hay un solo camino, un solo acceso, un solo Mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo Dios y hombre. Sigue hoy la línea de los ladrillos rojos pintados por su propia sangre.