Nunca te laves las manos
“Palabra fiel: ‘Si alguno anhela obispado, buena obra desea’ ” (1 Timoteo 3:1).
En 1 Timoteo 3, Pablo presenta las calificaciones para obispos y diáconos. En los tiempos apostólicos, la función de obispo era la misma que la de anciano. Veamos estas cualidades:
1-Irreprensible: Libre de todo mal comportamiento moral.
2-Marido de una sola mujer: Está casado y no debe practicar poligamia o concubinato, ni adulterio.
3-Temperante: No debe consumir bebidas alcohólicas y debe cuidar su cuerpo como templo del Espíritu Santo.
4-Sobrio: Es prudente y tiene dominio propio.
5-Hospitalario: Tiene un espíritu acogedor.
6-Apto para enseñar: Es capaz de instruir en las verdades de la Palabra.
7-No es violento: No es belicoso, y tiene carácter conciliador y pacificador.
8-No es avaro: No ama el dinero.
9-Sus hijos deben demostrar que respetan al padre, por su comportamiento obediente.
10. Buen testimonio: Merece el pleno respeto y la confianza de todos, incluso de los que no pertenecen a la iglesia.
Todo organismo sanitario recomienda lavarse las manos con frecuencia, pues es indispensable para cuidar la salud. Sin embargo, quiero plantear otro desafío. El mundo vive lavándose las manos, en el sentido de faltarle identidad, integridad y compromiso.
Muchos son seguidores de un tal Pilato. Percibió la verdad de Jesús, pero le faltó valor para comprometerse. Se lavó las manos, pero nunca la conciencia. Perdió la gran oportunidad y patentó para siempre esta triste expresión como símbolo de falta de compromiso, determinación y coraje. También hoy muchos viven lavándose las manos.
¿Acaso no nos lavamos las manos cuando nuestra vida no refleja las cualidades enumeradas por Pablo en este capítulo? ¿No nos lavamos las manos cuando nuestra vida no está construida en la comunión y gastada en la misión?
Por eso, mientras practicamos la orden de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de lavar permanentemente nuestras manos físicas, practiquemos la Orden del Maravilloso Salvador (OMS) y nunca te laves las manos. Las manos generosas son manos poderosas y las manos que se cierran para orar son manos que se abren para dar.