Libre
«Por mi parte, yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo»
(Mat. 28:20, DHH).
La última vez que Jesús fue a una sinagoga a enseñar, se encontró con una mujer que estaba completamente encorvada. Lucas describe la enfermedad de esta mujer usando una palabra griega que literalmente significa «agacharse completamente». Probablemente, la mujer sufría de un tipo de artritis crónica en la que las vértebras afectadas se unen.
La Biblia dice que la mujer llevaba dieciocho años encorvada. ¡Durante dieciocho años no había podido ver el sol de día ni las estrellas de noche! Durante dieciocho años, esta mujer estuvo doblada, mirando el polvo y llena de dolor. Me conmueve lo que sucedió después: en cuanto Jesús la vio, probablemente mientras aún estaba predicando, la llamó. La mujer no había pedido ayuda ni había dicho palabra; sin embargo, lleno de compasión, Cristo interrumpió lo que estaba haciendo y le dijo: «Mujer, eres libre de tu enfermedad» (Luc. 13:12). Inmediatamente, ella se enderezó y comenzó a alabar a Dios.
¿Cuántas veces habrá ido a la sinagoga esa mujer antes de encontrarse con Jesús? Creo que al enemigo no le importa que vayas todos los sábados a la iglesia, mientras no recibas sanidad. Tampoco le importa que leas tu Biblia todos los días, mientras sigas doblada bajo el peso de la culpa. A veces pensamos que Dios va a salvarnos porque le damos pena, no por amor. Creemos que al mirarnos, se le revuelve el estómago del asco; que se pone guantes antes de tocarnos para que no se le pegue nuestra suciedad. Sin embargo, la Biblia dice que cautivamos su corazón con solo una mirada (Cant. 4:9), que nos ama y ve un valor inestimable en nosotras (Isa. 43:4). Dios es el padre de la parábola que corre a abrazar a su hijo cuando este aún huele a cloaca, antes de que se dé una ducha (ver Luc. 15:11-32).
Dios nos mira, como a aquella mujer encorvada, lleno de ternura y amor. Aun si no nos atrevemos a pedir nada, aun cuando no podemos mirarlo a los ojos, Jesús se acerca para ayudarnos. Sin Importar cuán pesada sea la carga de nuestro pasado, o cuán deformantes nuestros pecados, él dice: «Mujer, ¡quedas libre de tu enfermedad!».
Señor, ¡dame una nueva revelación de tu amor! Ayúdame a ver por fe cómo te agachas a tocar mi vida encorvada, liberándome del peso de la vergüenza y el miedo. Mi pasado y mis errores ya no me definen. Mi identidad depende de tu amor por mí.