“Hijo del trueno”
“También dijo Jesús: ‘¿Con qué puedo comparar el reino de Dios? Es como la levadura que una mujer mezcla con tres medidas de harina para hacer fermentar toda la masa’ ” (Lucas 13:20, 21, DHH).
¿Te has dado cuenta de la manera tan peculiar en que el apóstol Juan se refiere a sí mismo en el Evangelio que lleva su nombre? Dice: “El discípulo a quien Jesús amaba” (ver Juan 13:23; 20:2; 21:7, 20). ¿Por qué no dice: “El discípulo que amaba a Jesús”?
Para referirse a sí mismo, Juan disponía de otras opciones: “Hijo de Zebedeo”, “hermano de Jacobo”, “Uno de los hijos del trueno”… Pero esa era su forma predilecta de nombrarse a sí mismo. ¿Por qué? Porque nadie mejor que él sabía lo mucho que su vida había cambiado desde que comenzó a contemplar la belleza inmaculada del carácter de Cristo. ¡Y ya no pudo ser el mismo Juan!
¿Cómo se produjo el cambio en el “hijo del trueno”? La parábola de la levadura nos ayuda a entender. De la misma manera imperceptible y silenciosa en que la levadura leuda toda la masa, así el Espíritu de Dios gradualmente transforma la vida de quien entra en contacto con el Salvador. El cambio se produce de adentro hacia afuera, pero no es producto del esfuerzo humano. De principio a fin, es la obra de Dios: “Por tanto, nosotros todos, mirando con el rostro descubierto y reflejando como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en su misma imagen, por la acción del Espíritu del Señor” (2 Cor. 3:18).
¿No fue esto, precisamente, lo que ocurrió en la vida de Juan? “Día tras día su corazón era atraído hacia Cristo, hasta que perdió de vista su yo por amor a su Maestro” (El camino a Cristo, p. 62). De todos los discípulos, Juan fue “el que más plenamente llegó a reflejar la imagen del Salvador” (ibíd.) ¡Las cosas que hace Dios!
Ahora, la pregunta del día: si el poder del Espíritu Santo pudo transformar al “hijo del trueno”, ¿no podrá transformarnos también a ti y a mí? La respuesta es un contundente sí.
“Ninguna persona es tan vil […] que esté fuera del alcance de ese poder. En todos los que se sometan al Espíritu Santo debe implantarse un nuevo principio de vida, en la humanidad debe restaurarse la perdida imagen de Dios” (Palabras de vida del gran Maestro, p. 69).
Santo Espíritu, no quiero conformarme con una simple mejora en mi vida. Comenzando hoy, realiza hoy tu obra completa en mí, de manera que pueda reflejar más y más del carácter de Cristo.
¡Amén!
Dios los bendiga por hacer de estos devocionales, la voz silenciosa de Dios.
Nada es casualidad, sino que el Señor planifica y sabe quien necesita estas palabras cada día.
Maryurys Gómez