¿Dar gracias por todo?
“Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús” (1 Tesalonicenses 5:18).
Si eres como yo, entonces tienes la tendencia a discriminar las experiencias que has vivido en dos grandes categorías: las “buenas” y las “malas”; y, peor aún, al igual que yo, recuerdas con más facilidad las malas.
Porque sé que esta práctica no es buena, agradecí a Dios cuando leí una declaración de Henri J. M. Nouwen según la cual una persona verdaderamente agradecida da gracias a Dios por toda su vida: lo bueno y lo malo que le ha ocurrido, los éxitos y los fracasos que ha experimentado, los momentos de gozo y los de tristeza por los que ha pasado. Es decir, tal como lo dice nuestro texto de hoy, ¡agradece a Dios por todo!
Sin embargo, la declaración de Nouwen no termina ahí. Luego añade que, mientras sigamos dividiendo nuestra experiencia pasada entre lo que nos gusta recordar y lo que preferimos olvidar, “no podremos reclamar la plenitud de nuestro ser como un don de Dios por el cual deberíamos estar agradecidos” (Bread for the Journey, 12 de enero).
Hay sabiduría en sus palabras. En primer lugar porque ¿quiénes somos tú y yo para decidir qué calificar como bueno y qué como malo de lo que nos ha sucedido en el pasado? ¿No es cierto que algunas de las experiencias que inicialmente calificamos como malas terminaron convirtiéndose en una bendición? Solo Dios tiene la facultad de ver el fin desde el principio, de ver el cuadro completo; por lo tanto, pidámosle que nos ayude a poner fin a esta malsana práctica de dividir nuestra vida entre “lo bueno” y “lo malo” que nos ha sucedido. En segundo lugar, ¿no dice la Palabra que “a los que aman a Dios, todas las cosas los ayudan a bien”? (Rom. 8:28). Si nuestros fracasos nos han convertido en personas más sabias, si nuestros errores han contribuido a que hoy seamos más maduros, si nuestros pecados nos han hecho depender más de Dios, ¿hay algo que debamos lamentar? Al contrario, ¡hay mucho por lo cual agradecer!
Siendo así las cosas, ¡no lamentemos nada! Al igual que los padres terrenales cuidamos de nuestros hijos, el buen Padre celestial ha cuidado de nosotros. Su mano guiadora nos ha traído hasta aquí. Y nos seguirá guiando hasta el día glorioso en que heredaremos todas las riquezas que él ha preparado para quienes lo aman.
Gracias, Señor, por toda mi vida. Ayúdame a creer que tu mano divina me ha guiado hasta aquí, y me seguirá guiando hasta el fin de mis días en este mundo.