Veneno de serpiente
«Señor, mi Dios, te pedí ayuda, y me sanaste». Salmo 30: 2
Dormía profundamente en casa. Repentinamente escuché, en lo más profundo de mi sueño, una voz clara que me decía: «Levántate, ve a la iglesia». Me desperté y miré el reloj, marcaba las tres de la madrugada. Pero el mensaje fue tan claro que no vacilé en obedecer. Caminé las tres cuadras que separaban mi hogar del templo y, desde lejos, pude ver a una persona arrodillada en la puerta del templo, aferrada a la reja. Al acercarme me di cuenta de que estaba llorando, pedía ayuda a Dios en medio del llanto: «No dejes morir a mi hijo, te lo suplico, te ofrezco mi vida por la suya».
Me arrodillé a su lado en silencio, puse mi brazo en su espalda y le dije lo que me había pasado mientras dormía y que eso me hacía pensar que Dios estaba dispuesto a ayudarlo. Él me contó que su hijo de diez años estaba solo en casa mientras el resto de la familia estaba en el campo de cultivos tratando de recoger la cosecha. El niño vio una víbora que entró a la casa. Sin temor alguno, el niño tomó un corto machete y salió a su encuentro. Vio cuando esta trató de ocultarse al costado de un guardarropa. Se acercó sigilosamente y, cuando estuvo cerca, se inclinó para ver dónde estaba el ofidio. La serpiente estaba enroscada, esperándolo. Se encontraron cara a cara, y esta lanzó su latigazo mordiéndolo en el rostro.
Ahora su hijo se encontraba en el hospital municipal a punto de morir. Le habían colocado suero antiofídico, pero parecía no hacerle efecto. El médico le dijo que el suero no estaba funcionando y añadió que solo un milagro de Dios podía salvarlo. Fuimos al hospital, y las enfermeras, sabiendo la gravedad del asunto nos dejaron entrar. Nunca pensé que una cabeza creciera tanto. No se podían distinguir sus ojos ni sus facciones, el cuello y los hombros eran una sola cosa con la cabeza. Oramos, clamamos a Dios en medio del llanto del padre. Dios respondió las oraciones y aquel caso se convirtió en un testimonio para el personal médico y los empleados del hospital.
La humanidad también fue mordida por la serpiente antigua, el diablo, hace ya varios milenios. Como resultado, nuestro mundo estuvo a punto de morir, pero Cristo vino y, con su muerte, nos devolvió la vida. Él es el verdadero «suero antiofídico». Hoy, @Dios te dice: «Mi Hijo es la cura para la verdadera enfermedad del mundo».
Gloria A Dios nuestro Dios tiene poder