El Dios que sabe consolar
“Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones” (2 Corintios 1:3, 4, NVI).
Debió haber sido muy grande el chasco de los primeros discípulos, luego de la muerte de Jesús. ¿Qué hizo nuestro compasivo Padre celestial para consolar a sus atribulados discípulos? Lo primero, comisionar a sus ángeles. Recordemos que fueron ángeles los que avisaron a los discípulos que Jesús había resucitado, y que iba delante de ellos a Galilea (ver Luc. 24:4-6; Mar. 16:7).
Lo segundo, dirigir su atención a la segura palabra profética. ¿Recordamos las palabras de Jesús a los discípulos que iban camino a Emaús? “¡Insensatos y tardos de corazón”, les dijo, “para creer todo lo que los profetas han dicho! […] Y comenzando desde Moisés y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían” (Luc. 24:25, 27).
Los que esperaban el regreso de Jesús para 1844 también sufrieron un gran chasco. ¿Y qué hizo Dios por sus hijos después del chasco de 1844? Al igual que en la experiencia de los primeros discípulos, los ángeles también tuvieron una participación muy activa, según la siguiente declaración de Primeros escritos:
“Vi que Jesús consideró con la más profunda compasión a los chasqeados que habían esperado su venida; y envió a sus ángeles para que dirigiesen sus mentes para que pudieran seguirlo hasta donde estaba. Les mostró que esta Tierra no es el Santuario, sino que él debía entrar en el Lugar Santísimo del Santuario celestial para hacer expiación por su pueblo” (p. 271). Lo más interesante es saber del papel que desempeñó el don de profecía.
En diciembre de 1844 el Espíritu de Dios se manifestó poderosamente en medio de una reunión de oración que cinco mujeres celebraban en el hogar de Elizabeth Haines. Mientras Elena Harmon oraba, descendió sobre ella el poder de lo alto “como nunca antes”: “Quedé envuelta en una visión de la gloria de Dios”, escribió ella, “y parecía estar elevándome cada vez más lejos de la Tierra, y se me mostró algo de los viajes del pueblo adventista hacia la Santa Ciudad” (ibíd., p. 43).
Dieciocho siglos transcurrieron entre un chasco y el otro, pero tanto en el primero como en el postrero Dios estuvo muy cerca de sus hijos. Por medio de sus ángeles y, especialmente, por la segura palabra profética, mostró una vez más que de verdad él sabe consolar.
Padre celestial, gracias porque en mis tribulaciones tus ángeles están muy cerca de mí, y porque tu Palabra es lámpara que alumbra mi camino.