Mil generaciones
“Reconoce, por lo tanto, que el Señor tu Dios es verdaderamente Dios. Él es Dios fiel, quien cumple su pacto por mil generaciones y derrama su amor inagotable sobre quienes lo aman y obedecen sus mandatos” (Deut. 7:9, NTV).
Frente a mi casa, hay dos árboles de secuoyas costeras. Son una especie diferente de las famosas secuoyas gigantes, pero pertenecen a la misma familia. Las secuoyas costeras son los coníferos más altos del mundo; pueden alcanzar más de 115 m de altura, sin contar las raíces (como un edificio de 38 pisos). Aunque los ejemplares que están frente a mi casa solamente miden 20 m, ¡ya son imponentes! Al mirarlos, me pregunto: ¿Quién los habrá plantado? ¡Solo un visionario lo haría; estos árboles pueden vivir más de dos mil años! Plantar una secuoya es algo que se hace pensando en la posteridad.
Muchas veces, nuestros planes son limitados. Nos conformamos con soñar sueños pequeños, creyendo que esto denota humildad. Sin embargo, Dios nos llama a tener una ambición santa, a plantar secuoyas, a ser parte de una bendición que alcance a mil generaciones. La ambición consagrada sueña a lo grande; no para alcanzar la fama, sino para bendecir más ampliamente. La verdadera ambición está anclada en nuestra identidad en Jesús, no a la inversa. Por eso podemos arriesgarnos, e incluso fallar, porque nuestra identidad permanece intacta. Este tipo de ambición “requiere fe y obediencia basada en la confianza, porque avanzamos sin saber. Donde hay ambición, debe haber riesgo. El riesgo es el precio de la ambición; si eliminas el riego, destruyes la ambición. La vida cristiana tiene una especie de misterioso suspenso cuando actuamos con ambición santa, sin conocer los resultados”, dice Dave Harvey en Rescuing Ambition [El rescate de la ambición].
La persona que plantó las secuoyas frente a mi casa supo que nunca vería el resultado final de sus acciones, pero eso no lo detuvo. Tampoco puso una placa junto a los árboles que dijera: “Fulano plantó estas secuoyas en 1850”, codiciando el aplauso de las generaciones venideras. Sencillamente plantó una pequeña semilla, con ambición santa, y la bendición continúa creciendo.
Señor, te agradezco porque mis acciones pueden bendecir a muchas personas. Te ruego que santifiques mi ambición y me llenes de coraje. Ayúdame a despojarme del miedo y la adicción al control. Quiero valorar tu Reino más que mi reputación, mi estado civil, mi estilo de vida o mi ingreso económico. Quiero soñar y plantar bendiciones que alcancen a mil generaciones. Amén.
Amén, Padre, ayúdeme a que mis sueños y ambiciones sean una realidad santificado, para ser de gran bendición para aquellos que mis ojos ya no vean. Amén