Fidelidad y generosidad
“No sean altivos ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos. Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos y generosos” (1 Timoteo 6:17, 18).
Hemos visto que el amor no tiene que estar en el dinero, sino en Dios. La esperanza no puede estar en las riquezas inciertas y volubles, sino en Dios.
El apóstol dice que no seamos altivos, cosa que fácilmente puede ocurrir por la influencia o el poder que suelen dar las riquezas, lo que lleva a un elevado grado de autosuficiencia. Al administrar lo que Dios nos concede, siguiendo la orientación del Dios vivo, reconocemos que Dios da en abundancia para que los disfrutemos. En la matemática del hombre, acumular es multiplicar; en la matemática de Dios, se multiplica cuando damos.
John D. Rockefeller ya tenía su primer millón de dólares a los 33 años, y a los 43 ya había construido el mayor monopolio conocido en aquellos días: la “Standard Oil Company”. Estaba tan obsesionado por el dinero que, una década después, su salud fue tremendamente afectada. Era el hombre más rico del mundo, ganaba dos millones de dólares por semana, pero solo dos dólares eran suficiente para comprar lo que podía comer. Tenía las mejores posesiones y comodidades, pero no podía dormir.
Entonces, lo pusieron en una encrucijada: era el dinero o su vida. Escogió la vida. Así, comenzó a pensar más en las personas que en las cosas. Empezó a donar millones de su fortuna para aliviar el sufrimiento de los dolientes; donó dinero para construir templos, escuelas y la misma Universidad de Chicago. Tener la penicilina también fue gracias a sus aportes. A los 53 años, tenía una sentencia de muerte sobre su cabeza, pero él cambió altivez y codicia por generosidad y buena salud. Vivió hasta los 98 años.
No siempre la fidelidad y la generosidad significan más dinero y más vida, pero seguramente significan paz y, más tarde o más temprano, el cumplimiento de las promesas de Dios. Ser generoso no es dar lo que nos sobra. Es dar aquello que nos puede faltar para suplir la necesidad del otro. Dios no dio lo que le sobraba, sino lo más precioso: su vida misma. “El Cielo pagará cualquier costo que podamos sufrir para ganarlo, pero nada podrá pagar el costo de perderlo” (Richard Baxter).
Reflexiona, ora, vive con Jesús y haz el bien. Sé rico en buenas obras, dadivoso y generoso. De este modo, atesoras buen fundamento para el futuro y alcanzarás la vida eterna.