Al propósito de Dios
“Por la fe Moisés […] fue escondido […] rehusó […] prefiriendo […] teniendo por mayores riquezas el oprobio de Cristo […] puesta la mirada en la recompensa. Por la fe dejó a Egipto […] se sostuvo como viendo al Invisible” (Hebreos 11:24-27).
Moisés fue hijo de Amram y Jocabed, padres llenos de fe en Dios. Escondido del Imperio y refugiado en el Señor, la princesa que lo rescató del río lo llamó “Hapimosis”, o “Irumosis”; es decir, “el nacido o sacado del Nilo”. Cuando Moisés rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón, eliminó la referencia a un dios egipcio “Hapi” o “Iru” y quedó solo como Moisés; listo para vivir una vida de fe.
Al acostar a Moisés en un arca de juncos y ponerlo en el Nilo, Jocabed estaba cumpliendo con la exigencia pagana de ofrecer a todo hijo varón como sacrificio al río, al que los egipcios adoraban como dios. Moisés, flotando en su pequeña cesta, fue considerado por la princesa como un don de los dioses. Así, ella lo tomó como un hijo y contrató a la propia madre de Moisés como su nodriza.
Como hijo adoptivo, Moisés tenía acceso a una vida de comodidades, privilegios, posición, prestigio, riqueza y poder. Como príncipe real, fue educado en la sabiduría de los egipcios, sus letras, ciencia, religión, liderazgo, administración y mando militar. Su mente sobresaliente lo llevó a ser el orgullo de la nación. Su aspecto pudo haber parecido egipcio pero su corazón siempre fue hebreo. Su fe, su lealtad y su devoción siempre fueron a Jehová. Su esperanza era librar a Israel por la fuerza de las armas. Arriesgó todo, pero fracasó. Derrotado y desalentado, se transformó en fugitivo y desterrado en un país extraño.
“Moisés gastó cuarenta años pensando que era alguien, cuarenta años aprendiendo que no era nadie y cuarenta años descubriendo lo que Dios puede hacer con aquel que sabe que es nadie” (D. L. Moody). Por eso, en los desiertos de Madián como pastor de ovejas, aprendió humildad, dependencia, dominio propio, sabiduría, austeridad y sencillez.
Dios siempre recompensa en el tiempo justo la fe verdadera de sus hijos. Moisés puso lo imperecedero por sobre lo perecedero; y lo invisible, por sobre lo visible. Por eso, alcanzó lo imposible. La fe permitió que tanto él como su pueblo pudieran salir de la esclavitud y la muerte hacia la liberación y la vida.
El cuerpo momificado del faraón que ocupó el lugar de Moisés tiene un lugar de distinción en el Museo de El Cairo. Por su compromiso de fe, Moisés perdió ese lugar. Por la gracia del Señor, aunque pasó por el descanso de la muerte, ha resucitado y vive en el Palacio de la nueva Jerusalén.