“Él será nuestra paz”
“Él será nuestra paz” (Miqueas 5:5).
La Declaración de Independencia de los Estados de Unidos afirma “que todos los hombres son iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Sin embargo, Richard y Mildred Loving tuvieron muchas dificultades para lograr que ese párrafo de la Declaración pudiera ser una realidad en sus vidas. Richard y Mildred decidieron casarse. Solo había un problema: no podían hacerlo. ¿Por qué? Porque Richard era un hombre blanco, y Mildred era una mujer afroamericana, y la Ley de Integridad Racial del Estado de Virginia prohibía la unión matrimonial entre personas de distintas razas.
A fin de solventar esa situación, en 1958 se casaron en el Distrito de Columbia y luego regresaron a Virginia. Un mes después fueron condenados a un año de cárcel; pero se libraron de ir a prisión por haber aceptado la oferta de salir del Estado de Virginia. Mientras vivían en Washington, ya cansada de la injusticia y de no ver a su familia, Mildred pidió la ayuda de Robert Kennedy, a la sazón secretario de justicia del Gobierno de Estados Unidos. Kennedy la envió a la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles. Finalmente, el 12 de junio de 1967, la Corte Suprema eliminó la ley que prohibía los casamientos interraciales. Y en honor a ellos, cada 12 de junio se celebra el “Loving Day”. Los Loving destruyeron el muro de hostilidad que los obligaba a estar separados, y disfrutaron libremente de su amor.
Nos fascina dividir, crear grupos, discriminar a los que son diferentes a nosotros. Las “divisiones”, sin importar cuáles sean, “son obras de la carne” (Gál. 5:19, 20); es decir, fluyen desde lo más profundo de nuestro ser. Con la boca decimos: “Somos iguales”, pero nuestras acciones expresan palmariamente todo lo contrario. Ese ímpetu de división que nos domina solo podrá ser contrarrestado por una obra sobrenatural. Y esa obra ya la hizo Cristo. Pablo dice: “Cristo mismo nos ha traído la paz. Él […] por medio de su cuerpo en la cruz, derribó el muro de hostilidad que nos separaba” (Efe. 2:14, NTV). Como dice el Comentario bíblico adventista: “Cristo no es solo el pacificador sino también la paz. Él es el vínculo de unión y de paz. En él todas las divisiones de la humanidad deben cesar”.³⁶
Si nos sentimos inclinados a alienarnos de los demás, necesitamos que la promesa de Miqueas se cumpla en nuestra vida: “Él será nuestra paz” (Miq. 5:5).
36 Francis D. Nichol, ed. Comentario bíblico adventista (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1996), t. 6, p. 1.007.