¿Qué pide Jehová tu Dios de ti?
Ahora, pues, Israel, ¿qué pide Jehová de tu Dios de ti, sino que temas a Jehová tu Dios, que andes en todos sus caminos, y que lo ames, y sirvas a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma. Deuteronomio 10:12.
La respuesta presentada por Moisés a la pregunta “¿qué espera Dios de ti?” incluye todas las áreas de nuestra vida.
Que le temas. El llamado a temer a Dios en nuestro texto de hoy es un llamado a asumir una actitud de respeto. Dios pide tu actitud.
Que andes en todos sus caminos. Andar tiene que ver con tomar decisiones. Es tener la disposición de caminar a diario con Dios, de buscar el refinamiento del carácter con el poder del Espíritu Santo. Es tomar la decisión de seguir obedientemente los caminos que Dios nos muestre. Dios pide tus decisiones.
Que lo ames. Es el deseo divino que tus sentimientos y afectos sean prioritariamente para Dios. No es que Dios necesite nuestro amor, nosotros necesitamos amarlo para poder servirle. Dios pide tus sentimientos.
Que le sirvas con todo tu corazón y con toda tu alma. Una vez que le entregamos nuestras actitudes, nuestras decisiones y nuestros sentimientos, lo que naturalmente sigue es que realizamos acciones para él. ¿Alguna vez te has preguntado qué espera Dios de ti? Moisés te presenta un resumen fácil de recordar: respeto, obediencia, amor y servicio.
Dios ama la totalidad. Hoy es el día de caminar con Dios, hoy es el día de decidir andar en todos los caminos que Dios nos pida. El servicio ha de ser de todo corazón y con toda nuestra alma. Es decir, un servicio para Dios con la finalidad de ser reconocidos, para aparentar, sin ánimo, sin amor, sin envolvernos con todo nuestro ser y nuestros sentimientos, no es aceptado.
Los cuatro primeros mandamientos presentan al hombre su deber de servir al Señor nuestro Dios con todo el corazón, y con toda el alma, y con toda la mente, y con todas las fuerzas. Esto abarca a todo el hombre. Esto requiere un amor tan ferviente, tan intenso, que el hombre no pueda atesorar en su mente nada, ni ningún afecto, que rivalice con el que siente por Dios; y su obra llevará la firma del cielo.
Todo es secundario frente a la gloria de Dios. Nuestro Padre celestial debiera ser amado como el primero, la alegría y la prosperidad, la luz y la suficiencia de nuestra vida, y nuestra porción eterna (HHD, p. 58).