El remedio para la avaricia
«No amen el dinero; conténtense con lo que tienen, porque Dios ha dicho: “Nunca te dejaré ni te abandonaré”». Hebreos 13: 5
Vivimos en una época de escándalos mundiales debido a la corrupción rampante en todos los niveles y disciplinas. Detrás de la corrupción se esconden la avaricia y la codicia. Son estos dos males los que mueven a hombres y mujeres culpables de los grandes delitos que escandalizan al mundo. La avaricia es un deseo insaciable y enfermizo, cuanto más se posee, más se desea. El Diccionario de la Lengua Española define la avaricia en pocas palabras, pero de mucho peso: «Afán desmedido de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas».
Cuando se cruza la delgada línea entre lo que significa para un ser humano «cubrir las necesidades» y obtener con voraz apetito lo que no se necesita, solo por el mismo hecho o deseo insidioso de «tener cada día más a cualquier costo», aparece la codicia. Existe codicia por el dinero cuando la persona, movida por sus impulsos psicóticos (la codicia es una enfermedad psicosomática), con propósitos enfermizos, y no para cubrir correctamente sus necesidades físicas, pasa por encima de todo aquel que se le pone enfrente, sean los hijos, un hermano, un amigo íntimo, un padre o una madre. Muchos quieren dinero para ganar prestigio social, fama, altas posiciones, o simplemente para llenar la «necesidad» de tener y acumular por «cualquier cosa que les depare el futuro».
Un administrador de las granjas de la provincia de Languedoc, el señor Fosque, había acumulado, en el año 1762 una inmensa fortuna explotando a los pobres granjeros. Requerido por el Gobierno para pagar cierto impuesto dio excusa de pobreza; pero temeroso de que, denunciado por aquellos de quienes había abusado, se hiciese un registro, en su casa construyó un profundo compartimiento subterráneo al que bajaba por una escalera secreta. Algún tiempo después se halló que el señor Fosque había desaparecido. Lo buscaron por todas partes, pero fue en vano. Al cabo de algunos meses, su casa fue vendida y, mientras alguien trabajaba en su reparación, se descubrió la puerta secreta del subterráneo con la llave en la parte de afuera. El nuevo dueño de la casa la abrió y allí encontró el cadáver del antiguo administrador con un candil en la mano. Tan profundamente había ido a enterrar sus tesoros que, cuando la puerta se cerró accidentalmente, nadie escuchó su voz y allí murió el avaro, en medio de su mal adquirida riqueza, sin que pudiera serle de utilidad alguna.
Las riquezas son buenas, si sabemos darles el uso correcto: suplir nuestras necesidades y las de los demás. @Dios te dice en este día: «No ames el dinero, pues es un simple medio y no un fin en sí mismo».