“Yo estaré contigo cuando hables”
“Yo estaré contigo cuando hables, y te enseñaré lo que debes decir” (Éxodo 4:12, DHH).
En 2016, tras finalizar un seminario en un congreso de jóvenes, un muchacho me pidió que le firmara un ejemplar de mi libro Visita mi muro. Mientras lo firmaba, aprovechó para lanzarme una tremenda pregunta: “Pastor, acabo de completar la lectura de su libro y me he preguntado, ¿pone usted en práctica todo lo que ha escrito?” Tras pensar unos segundos, le respondí: “No, lamentablemente no siempre pongo en práctica todo lo que escribo. Más bien, escribo para motivarme a mí mismo a estar a la altura de la verdad que he compartido”.
Tal vez mi respuesta inquietó al joven, ya que probablemente él esperaba escuchar que definitivamente había una innegociable sintonía entre mi vida y mis escritos. Sin embargo, no quise ceder a mi congénita hipocresía, y decidí responder diciendo lo que soy: un ser humano lleno de imperfecciones infinitas e irritantes. En su Segunda Carta a los Corintios, Pablo declaró que “no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor” (2 Cor. 4:5), y luego agregó que somos como “vasos de barro” (vers. 7). A diferencia de un vaso de bronce o de plata, el de barro es débil, se quiebra con facilidad, es desechable; pero lo sorprendente es que el Señor decidió colocar su “tesoro” en nosotros, “vasos de barro”, “para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros” (2 Cor. 4:7). ¿Y cuál es el tesoro? ¡El evangelio de salvación! El poder no radica en nosotros, sino en Dios, que nos ha dado el extraordinario privilegio de compartir su Palabra. Si nuestra labor contribuye con la edificación de alguien, no es porque seamos fuertes y dignos, sino porque Dios, por su gracia, ha decidido usarnos a pesar de nuestra indignidad. La grandeza no radica en los mensajeros, sino en el mensaje de un evangelio que “es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree” (Rom. 1:16).
Como Moisés, Jeremías, Isaías o Pablo, cualquiera de nosotros puede sentir que no está a la altura del solemne llamamiento que ha recibido en Cristo, que su vida refleja una inmensa debilidad. Si esa es tu experiencia, he aquí la promesa divina: “Yo estaré contigo cuando hables, y te enseñaré lo que debes decir” (Éxo. 4:12).
¡Qué esperanzador es saber que el poder radica en el mensaje, no en el mensajero!
Amén, medito y se que no esta en nosotros cumplir todo lo que nuestra comprensión a alcanzado entender, porque somos eres limitados, pero Dios que todo lo ve y conoce sabe que estamos en la lucha, y no podemos decir solo lo que logramos cumplir, porque nos a llamado Dios a predicar un evangelio grande y de poder y de gracia, no es por nuestras fuerzas sino por las de Dios. Amén
Hermoso mensaje. Gracias