Amen y amén
Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. Juan 13:34.
Debo explicar el contexto para que se comprenda la historia. Hacía meses que acudía a una iglesia que había alterado notablemente su forma de adorar. No tengo ningún cliché con relación a este tema, si el eje de dicha adoración es la alabanza y el reconocimiento del Señor como Dios vivo. Aquella, sin embargo, era una experiencia de cierto caos y de cierta autocomplaciencia. Se escapaba algún que otro amen (pronunciado como en inglés), lo que no solo me resultaba ajeno sino un tanto esnob. Cosas mías y, por lo tanto, subjetivas. Por otro lado, había leído un artículo que hablaba de los anglicismos que se estaban introduciendo en el español y cómo la Real Academia de la Lengua Española se esforzaba por combatir esa tendencia. La campaña de defensa era “Lengua madre solo hay una”. Como filólogo, me sentí enarbolando la bandera de la defensa lingüística.
Ahora la historia. Como muchas otras personas, nuestra familia tiene un grupo de diálogo en las redes sociales. Allí se comparten alegrías, tristezas, ocupaciones, experiencias y mensajes motivacionales. En cierto momento, una de mis sobrinas colocó una imagen que decía: “Amen” (sin tilde). No me percaté de la referencia bíblica que suscribía la frase y la entendí como el resonante “Amen” (‘eimen’) de los últimos meses. Así que, mandé una diatriba en defensa de mi amado español y de la relevancia de un buen “amén”. Mi sobrina, de forma muy cariñosa, me contestó que era “amen” de “amar”, y que por eso faltaba la tilde. ¡Qué lección! Me había perdido en discusiones litúrgicas y lingüísticas, y había olvidado el sentido más básico de esa palabra.
No sé qué nos pasa, pero vivimos tiempos acalorados. A la mínima situación salta la chispa. Muchas de las discusiones son sobre temas fácilmente solucionables con diálogo y consenso (dos resultados naturales del amor). Los asuntos de iglesia, muchas veces, nos distancian, y un tanto de lo mismo nos sucede con las realidades sociales.
Quizá debamos volver al mandato (sí, es una orden) de Jesús: Amen y amén. Amen y ya está. Ya está, porque si hay amor todo lo demás está incluido. Si no está incluido es porque no es verdadero amor. Así funciona el pack divino. Perdón por mi desliz (me estoy volviendo más tolerante con el inglés), el “paquete” divino.