El arte del cambio
“Cuando pases por aguas profundas, yo estaré contigo. Cuando pases por ríos de dificultad, no te ahogarás. Cuando pases por el fuego de la opresión, no te quemarás; las llamas no te consumirán” (Isa. 43:2, NTV).
Si Dios va a nuestro lado, lo desconocido se transforma en tierra santa. Con él, la incertidumbre es un fuego que arde pero que no consume. O, mejor dicho, sí consume, pero solo las impurezas. Consume la parte de mí que cree que lo tengo todo bajo control. Consume la parte de mí que piensa que sé exactamente a dónde voy. Irónicamente, cuando esas “certezas” desaparecen, respiro más profundo y con mayor libertad.
Como los amigos de Daniel en el horno de fuego, solo se queman las sogas que ataban mis manos. Con Jesús a mi lado, no sufro daño alguno; ni aun mi ropa huele a quemado (Dan. 3).
¡Pero esto no quiere decir que sea cómodo! Crecer duele. Es precisamente la naturaleza indómita de lo desconocido, la impotencia de no poder controlarlo, lo que produce el cambio. Es la presión la que transforma al carbón en diamante. Más allá de nuestra zona de confort yace un terreno peligroso e inexplorado. ¡Es justamente allí donde Dios obra sorprendentes milagros! Por esto, estoy aprendiendo un nuevo arte: el arte del cambio. Últimamente, me he dedicado a detectar los signos del cambio; como quien mira a las hormigas, huele el aire o cuenta los segundos después de un relámpago para predecir una tormenta. Cuando ya puedo oler la tierra mojada, aun antes de que caiga la primera gota, en lugar de zapatear y rezongar, en lugar de pelear con el clima y las estaciones, me quito los zapatos. Me rindo, y dejo que las plantas de mis pies besen el suelo santo donde Dios me trajo.
“Aceptémoslo,” escribe la columnista Cinde Lucas en su artículo “Embracing Change”. “El único que no cambia es Dios. De tanto en tanto, todos nos encontramos en una etapa de cambios. En vez de resistir o resentir el cambio, tenemos que aprender a aceptarlo. Dios quiere guiarnos, quiere hacernos crecer, quiere revelarnos más de su verdad, quiere que dependamos de él, y quiere que lo conozcamos mejor hoy que ayer.
Para que todo esto suceda, debemos estar dispuestos a dejar el pasado atrás”. ¿Estás dispuesta a avanzar? No hay nada desconocido para Dios.
Aunque este sea un territorio nuevo para ti, él es un guía de montaña experimentado.
Señor, gracias porque aunque todo cambia, tú eres el mismo ayer, hoy y por los siglos. Enséñame a aceptar los cambios con humildad y confianza. Contigo a mi lado, no tengo nada que temer del futuro.