Una tarea sagrada
“Aquí estoy, con los hijos que Dios me dio” (Heb. 2:13).
Con apenas diez años de edad, la pequeña Marcela llegó a terapia por una regresión a enuresis nocturna que había superado cuando tenía tres años. La madre, sin saber qué hacer y culpando a la niña de indisciplina, la traía para que la terapia la “arreglara”. Ella insistía en que la niña se orinaba en la cama porque le daba pereza levantarse al baño. Pero una cosa es decir eso y otra cosa es que sea verdad. En el caso de esta madre, la ignorancia era mucha; detrás de la incontinencia urinaria de la pequeña, lo que había era una triste historia de abandono. Cuando llegaban los fines de semana, los padres de Marcela se iban de fiesta por la noche y dejaban a la niña encargada del cuidado de su hermanito de dos años. Incapaz de cumplir con tan tremenda responsabilidad, la pequeña lloraba sin poder conciliar el sueño, hasta que sentía que el automóvil de la familia entraba en el garaje. Entonces, en vez de recibir consuelo, era reprendida. El miedo a que sus padres no regresaran era la peor pesadilla de esta niña.
Se lo ridiculiza; no se atienden sus necesidades de abrigo, alimento e higiene; es confinado e ignorado, y sus problemas son minimizados o no reciben atención. Es así como se gesta un caldo de cultivo propicio para delincuentes juveniles o personalidades adictivas.
Tengamos hijos con responsabilidad, conscientes de que el Señor nos pedirá cuentas por cada uno de ellos. Cuidarlos y criarlos es una tarea sagrada que exige dependencia absoluta de Dios. No solo debemos orar para que nuestros hijos sean buenos; pidamos, más bien, que Dios nos haga buenas madres.
“Los padres pueden preguntarse: ‘¿Quién es suficiente para esto?’ Solo Dios es su suficiencia, y si ellos no lo toman en consideración, si no buscan su ayuda y consejo, su tarea es verdaderamente desesperada. Pero mediante la oración, el estudio de la Biblia y un ferviente celo de su parte, pueden triunfar noblemente en este importante deber y ser recompensados ciento por ciento por todo su tiempo y cuidado” (Promesas para los últimos días, p. 81).