La fuente de bronce
“Haz una palangana de bronce, con su base del mismo metal, que sirva para lavarse; ponla entre la tienda del encuentro y el altar, y llénala de agua” (Éxodo 30:18).
La Biblia no da las medidas de esta fuente, pero lo importante es conocer qué se hacía ahí y qué significa para nosotros hoy. Esta fuente estaba en el atrio y los sacerdotes debían quitar las impurezas de sus manos y sus pies en ella, justamente antes de entrar al Lugar Santo. Tenían impurezas por estar en contacto con los animales y con la sangre que derramaban en los diferentes sacrificios que se realizaban ahí.
Aunque al aceptar el sacrificio de Jesús, su sangre nos purifica, en el día a día nos contaminamos a sabiendas o sin querer. Necesitamos el agua que sirve para refrescar nuestra devoción a Dios. En el Nuevo Testamento el agua simboliza el Espíritu Santo (Juan 7:37-39) y la Palabra de Dios (Sal. 119:9). Cuando estos dos elementos se unen, nos transforman la vida. Cuando Jesús se entrevistó con Nicodemo le dio esta receta: “Jesús le contestó: ‘Te aseguro que el que no nace de agua [La Biblia] y del Espíritu [el Espíritu Santo], no puede entrar en el reino de Dios’ ” (Juan 3:5). Es nuestra responsabilidad aceptar el método divino para que Dios nos transforme a su imagen y semejanza.
En Éxodo 38:8 leemos un dato interesante sobre cómo edificaron la fuente: “Con los espejos de las mujeres que servían a la entrada de la Tienda del Encuentro, Bezaleel hizo la palangana de bronce y su base del mismo metal”. La Biblia también puede compararse a un espejo. Nos muestra nuestra necesidad y nos indica dónde podemos encontrar la fuente de agua viva. La Biblia nos puede dar valiosa información histórica, profética y arqueológica; pero nada de eso es suficiente. Necesitamos el Espíritu Santo. Solo con él podemos tener una vida transformada que honre a Dios.
Tanto la Biblia como el Santo Espíritu representan el agua. ¿Y si hoy nos refrescamos con esa agua?
