Primero destrucción, luego consagración
«La noche está avanzada y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas y vistámonos las armas de la luz». Romanos 13:12
¿SABES A QUÉ IMPORTANTE victoria se refiere el Antiguo Testamento cuando habla de «la matanza de Madián» (Isa. 10: 26)?
«La matanza de Madián», también conocida como «el día de Madián» (Isa. 9: 4), se refiere a la batalla en la que Gedeón y sus trescientos hombres, armados con cántaros vacíos y teas encendidas (Jue. 7: 16), prevalecieron sobre un ejército de 135 000 madianitas, fuertemente armados y con tantos camellos «como la arena que se acumula a la orilla del mar» (7: 12). ¡Con razón se la recuerda como una de las páginas más gloriosas en la historia del pueblo de Dios!
Sin embargo, lo que poco se recuerda es la manera como todo comenzó. Dos detalles significativos destacan. En primer lugar, el Ángel del Señor se le aparece a Gedeón y le encomienda una misión: «Ve con esta tu fuerza y salvarás a Israel de manos de los madianitas. ¿No te envío yo?» (6: 14). En segundo lugar, le da una orden: «Derriba el altar de Baal que tiene tu padre; corta también la imagen de Asera que se halla junto a él» (vers. 25).
¿Ves la secuencia? Dios asignó a Gedeón una misión, la de liberar a su pueblo del yugo madianita, pero antes de cumplir con el encargo divino, Gedeón debía primero derribar el altar idolátrico a Baal. En otras palabras, para recibir la bendición de Dios, primero los ídolos debían ser destruidos.
¿No hay aquí una preciosa lección para todos nosotros, especialmente al comienzo de este nuevo año? No importa cuántas buenas resoluciones hayamos tomado para impulsar nuestro crecimiento espiritual, de nada nos servirán mientras estemos acariciando algún pecado, o mientras en nuestra vida haya ídolos que nos impidan hacer una entrega completa del corazón a Dios.
Ahora la segunda lección. Según el mensaje del Ángel, Gedeón no solo debía derribar el altar idolátrico a Baal, sino que en su lugar debía edificar un altar al Señor (ver Jue. 6: 26). El mensaje está claro: no es suficiente con destruir los ídolos de nuestra vida; ¡sobre sus ruinas hemos de levantar en nuestro corazón un altar al único y verdadero Dios! En otras palabras, primero destrucción, luego consagración.
¿Qué ídolos hay ahora mismo en nuestra vida que nos impiden consagrarnos completamente a Dios?
Santo Espíritu, dame poder para expulsar los ídolos que de manera clandestina se han instalado en mi corazón; y para consagrar mi vida al único y verdadero Dios.