Nuestro maravilloso Dios
“Josué salvó la vida a Rahab, la ramera, a la casa de su padre y a todo lo que ella tenía, y ella habitó entre los israelitas hasta hoy, por cuanto escondió a los mensajeros que Josué había enviado para reconocer a Jericó” (Josué 6:25).
Es difícil leer el relato de la destrucción de Jericó, especialmente el papel que desempeñó Rahab, sin que surjan varias preguntas: ¿Por qué escondió a los espías a sabiendas de que ese acto podía costarle la vida? ¿Cómo recompensó Dios su fe?
¿Por qué escondió a los espías, arriesgando así su vida? Porque de alguna manera, Rahab se había enterado de las maravillas que Dios había realizado en favor de Israel: “Tenemos noticias –dijo Rahab– de cómo el Señor secó las aguas del Mar Rojo para que ustedes pasaran, después de haber salido de Egipto. También hemos oído cómo destruyeron completamente a los reyes amorreos” (Jos. 2:10, NVI). De estas proezas también sabían los habitantes de Jericó, pero en ningún momento dieron muestras de querer someterse al Dios de Israel. En cambio, Rahab reconoció la soberanía del Altísimo en términos inconfundibles: “Yo sé que el Señor y Dios”, declaró, “es Dios de dioses tanto en el cielo como en la tierra” (vers. 11, NVI).
¡Y pensar que Rahab vivía en medio de una cultura plagada de dioses, y saturada de ritos sexuales! A pesar de todo, su fe se puso en evidencia, primero, al salvar la vida de los dos mensajeros israelitas (vers. 2-7). Luego, al seguir al pie de la letra sus indicaciones: colocó el cordón rojo en la ventana de su casa (vers. 21), y reunió a sus familiares bajo su techo para que no perecieran (Jos. 6:22-25). Finalmente, “esperó en Dios” el cumplimiento de la promesa, en el sentido de que su familia no sería destruida. ¡Con razón el apóstol Santiago –al ilustrar la verdad de que la fe sin obras es muerta–, menciona el nombre de Rahab al lado del nombre de Abraham (Sant. 2:25)!
¿Cómo recompensó Dios la fe de Rahab? Nuestro texto responde: “Y ella habitó entre los israelitas hasta hoy” (Jos. 6:25). Hasta el día de su muerte, Rahab disfrutó, con su familia, de las bendiciones prometidas a los descendientes de Abraham. Rahab la pagana. Rahab la ramera.
¡No digo yo que nuestro Dios es, sencillamente, maravilloso!
Mi corazón te alaba, Padre celestial porque, no importa cuán oscuro haya sido nuestro pasado, nos perdonas en Cristo y nos aceptas como miembros de tu pueblo escogido.