No gracias, estoy satisfecho
“Porque mientras más se tiene, más se gasta. ¿Y qué se gana con tener, aparte de contemplar lo que se tiene? El que trabaja, coma poco o mucho, siempre duerme a gusto; al rico, en cambio, sus riquezas no lo dejan dormir” (Ecl. 5:11, 12).
A todos nos gusta tener cosas, especialmente las más atractivas, las más novedosas, lo mejor. El problema es que, si bien tener algunas cosas puede traer algo de alegría a la vida, tener demasiadas contribuye al desorden. Y en realidad, nunca nos sentimos satisfechos.
Bill McKibben escribe: “Cuando los irlandeses ganaban un tercio menos que los norteamericanos, reportaban niveles más altos de satisfacción, al igual que los suecos, los daneses y los holandeses. Los mexicanos demuestran niveles de satisfacción más altos que los japoneses; mientras que los franceses están tan satisfechos con sus vidas como los colombianos. De hecho, una vez que se satisfacen las necesidades básicas, los datos de satisfacción varían de manera impresionante. El grado de satisfacción con la vida de los que duermen en la calle (las personas sin hogar) en Calcuta está entre los más bajos registrados, pero casi se duplica cuando logran mudarse a un barrio pobre, en cuyo caso alcanzan un nivel de satisfacción con la vida similar al de un estudiante universitario de otros países” (“Reversal of Fortune”, Mother Jones, marzo/abril de 2007).
Hace unos meses, escuché en la radio los resultados de un estudio realizado entre ganadores de la lotería. Si bien estas personas habían disfrutado de un poder adquisitivo con el que ni siquiera soñaban antes de su gran día, al final, el 80 % de los ganadores de los premios más gordos reconoció que ganar la lotería había sido una maldición más que una bendición. ¿Por qué? Porque todo ese dinero contribuyó a intensificar sus peores tendencias. Si eran egoístas, se volvían más egoístas. Si recelaban de los demás, ahora tenían muchas más razones para desconfiar. Esto sin considerar que cuando se tiene mucho más de lo que se ha soñado, se terminan los motivos para soñar. Si se quiere algo, simplemente se compra. Así de fácil.
Lamentablemente, el dinero compra casi cualquier cosa, excepto, ya lo sabes, la felicidad.
Ahora bien, nunca llegarás a tener demasiados libros.