El valor de la adaptabilidad
“Aunque soy libre respecto a todos, de todos me he hecho esclavo para ganar a tantos como sea posible” (1 Cor. 9:19, NVI).
“No es la especie más fuerte la que sobrevive, ni la más inteligente, sino la que mejor se adapta al cambio”, dijo Charles Darwin. Como cristianos no compartimos muchas de las opiniones de este científico, pero es cierto que en la Biblia se presenta muchas veces esta característica como algo necesario para hacerle frente a los cambios, y sobre todo a la hora de testificar.
Jesús fue nuestro ejemplo por excelencia. Se adaptó a la vida en la Tierra, se acostumbró a pasar hambre y a no dormir bien, según el lugar donde estaba, a fin de cumplir propósitos más elevados. No solo se adaptó él a las diferentes situaciones, sino que adaptó su discurso, su forma de razonar y sus relatos según si tenía un único oyente o una multitudinaria audiencia. Aunque mostraba su amor a todas las personas, no llegó de la misma forma a Nicodemo que a la mujer samaritana.
Thomas Friedman, un periodista y escritor estadounidense, dice que el mayor reto del ser humano del siglo XXI consistirá en su desarrollo de la capacidad de ser flexible y adaptarse al vertiginoso ritmo al que se dan los diferentes cambios en el mundo.
Si pensamos en todas las situaciones que tuvo que vivir el apóstol Pablo, en todos los lugares donde predicó, donde vivió y durmió, podemos ver que, sumados a Jesús, a Pablo, y a cientos de misioneros que han dado su vida por el evangelio, podemos nosotros también flexibilizar un poco algunas estructuras y estándares, sin por eso comprometer los principios o el mensaje.
Quizá sea uno de los mayores desafíos de nuestra vida, pero eso nos adaptará un poco para vivir en el cielo también.
Piensa en cinco personas que conoces. ¿Cuáles son sus gustos y necesidades? ¿Cuál será la mejor forma de acercarte hoy a ellas?