¿No es ofensivo?
“El Señor le dijo [a Jonás]: ‘Tú sientes lástima por la enredadera, por la cual no trabajaste, y a la cual no hiciste crecer; durante una noche creció, y a la noche siguiente dejó de existir. ¿Y yo no habría de tener piedad de Nínive, esa gran ciudad con más de ciento veinte mil habitantes, que no saben distinguir cuál es su mano derecha y cuál su mano izquierda, y donde hay muchos animales?’ “ (Jonás 4:10, 11, RVC).
Cuando uno lee del gran enojo que sintió Jonás cuando Dios perdonó la maldad de los ninivitas, ¿qué relato del Nuevo Testamento viene con facilidad al pensamiento? Obviamente, la parábola del hijo pródigo.
En la conocida parábola, el hijo mayor se enoja cuando el padre recibe con los brazos abiertos al hijo que ha derrochado la herencia familiar; y cuando el padre hace fiesta para celebrar el regreso del que estaba perdido, entonces el mayor, indignado, se niega a entrar.
En el caso de Jonás, primero se disgusta “en extremo” porque Dios ha perdonado a los ninivitas (4:1-3); y luego lo vemos acampando debajo de una enramada, “para ver qué sucedería en la ciudad” (vers. 5).
¡Qué curioso! Si la Escritura dice que hay gozo en el cielo cuando un pecador se arrepiente, ¿por qué estos dos “aguafiestas”, en lugar de alegrarse, más bien se enojaron? Sin ánimo de disculparlos, James R. Edwards explica el enojo del profeta de esta manera. Imaginemos que al llegar al cielo nos encontramos con el vendedor que nos estafó, el canalla que lloró para que le prestáramos dinero y que nunca nos pagó, el compañero de trabajo que nos calumnió para quedarse con el ascenso que nosotros merecíamos… ¿No nos sentiríamos un tanto ofendidos de ver en el cielo gente de esa “calaña”?
Es “ofensivo”, por supuesto, de acuerdo con nuestro sentido de justicia, pero no para el Dios que, además de justo, es también misericordioso; el Dios que no quiere que ninguno de sus hijos se pierda, sino que anhela que todos se arrepientan (2 Ped. 3:9). Esta es justamente la lección que nos recuerda nuestro texto de hoy: si amamos a Dios, ¿cómo no vamos a amar a las almas por las que Cristo murió?
Qué interesante resulta el hecho de que, según el mismo Edwards, la palabra “piedad” en Jonás 4:11 es en hebreo chus, que significa “ojos llenos de lágrimas” (The Divine Intruder, p. 104). El Dios que derrama lágrimas por ti y por mí, ¿por qué no habría de derramarlas por el pecador que perece?
Ayúdame, Padre, a amarte cada día más, y también a quienes, en apariencia, no merecen ser amados. Capacítame para entender la gran verdad de que también por ellos Cristo murió.
Cuando perdonamos a nuestros enemigos y obedecemos la palabra de Dios en donde dice que también debemos amar a nuestros enemigos, ya no habrá rencor en nuestro corazón y estaremos gozoso cuando nuestro enemigos también acepten a Cristo Jesús como su único Salvador.