Serendipia
Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. Santiago 1:5.
En un relato persa del siglo XVIII titulado “Los tres príncipes de Serendip”, se narran las aventuras de tres hermanos príncipes que resolvían problemas de forma accidental. Eran originarios de Serendip (Sri Lanka) y, por esa razón, cuando encontramos algo que no esperamos decimos que ha habido una “serendipia”.
Para muchos fue por casualidad que a Louis Daguerre se le rompiera un termómetro de mercurio y, gracias a ello, descubriese lo que luego sería la fotografía. O que Alexander Fleming dejase abandonadas unas placas de ensayo y creciera en ellas el hongo de la penicilina que ha salvado a tantas personas. Así sucedió con Colón cuando, yendo hacia la India, se topó con América. Pero, para mí, la serendipia más interesante fue la de Alexander Graham Bell. Tenía una esposa sorda, y lo ilusionaba que ella pudiera escucharlo cuanto le decía que la amaba. Empezó, por tanto, a inventar un aparato para ese fin. Aquella historia de amor concluyó en nuestro teléfono. Nunca hubiera imaginado que su amor comunicaría tanto.
¿Cuántas veces hemos acudido a la Biblia con un objetivo y hemos descubierto algo totalmente distinto y enriquecedor? ¿Fue una experiencia resultante del azar? No lo creo. Pienso que Dios clarifica nuestra percepción del mundo y de sus realidades con estas pequeñas “casualidades”. En ocasiones, esa serendipia nos propone soluciones a necesidades existenciales. En otras, queda en nuestra memoria hasta que, un día cualquiera, acabamos de comprender su grandeza. Algunas, eso sí, apenas pasan de una sonrisa generada por la curiosidad. Todas, sin embargo, amplían nuestra visión sobre la Biblia y nos permiten una panorámica mucho más amplia al interpretar este hermoso libro. Todas ellas son el principio de nuestra construcción como personas.
La Biblia está para eso, para que comprendamos la realidad del universo y nuestro sitio en él. Solo tenemos que pedir a Dios sabiduría y él nos contestará. Aunque la respuesta no sea la que esperábamos. Pero ¿a quién le importa si tenemos la solución a nuestro alcance? Serán, en muchas ocasiones, pequeños detalles, pero recuerda la frase de Georg Christoph Lichtenberg: “La tendencia humana a juzgar importantes las pequeñas cosas ha producido muchas cosas grandes”.
Colecciona serendipias, principios de vida, y comprenderás la grandeza de la Providencia.