El gato en la bañera
“La paz en el corazón da salud al cuerpo; los celos son como cáncer en los huesos” (Prov. 14:30, NTV).
Confieso que hoy me puse celosa. Recibí dos mensajes de texto de amigos que me contaban sus éxitos personales y profesionales. Y aunque una parte de mí se alegró, no todo mi corazón sintió lo mismo. Estoy pasando por una etapa de mucha incertidumbre, y una vocecita aguda decía en mi interior: ¿Te olvidaste de bendecirme a mí, Dios? Oré y confesé mi envidia, pero entonces algo interesante sucedió: Dios comenzó a hablarme sobre ella. Comenzó a revelarme lo que había detrás, como quien corre la cortina de la ducha y se encuentra al gato durmiendo en la bañera.
Como la envidia es asquerosa, como un chicle viejo pegado a la suela de un zapato, muchas veces la confesamos sin prestarle atención. La despegamos con la punta de los dedos y la arrojamos a la basura inmediatamente. Aunque deshacernos de la envidia es una excelente idea, también es importante saber qué hay detrás de ese sentimiento. El fuego no arde si no hay combustible. ¿Qué está alimentando tu envidia? En Hidden In Plain Sight [Escondido a simple vista], la psicóloga cristiana Becky Allender reflexiona: “Sé que la mayoría de la gente piensa que la envidia se resuelve con bastante facilidad, agradeciendo por lo que tenemos en lugar de desear lo que no tenemos […] Ciertamente, debemos estar agradecidos por lo que Dios nos ha dado. Pero creo que la angustia de la envidia se aborda mejor si experimentamos plenamente la pérdida de lo que anhelamos desesperadamente, pero no tenemos”. ¿Qué quiere decir esto? A menos que echemos una mirada honesta a nuestra envidia, no lograremos resolverla. Becky continúa: “Necesito entender que mi envidia disfraza un dolor tan profundo que el simple hecho de descartarla es negar la santidad de un deseo dado por Dios”.
Si eres la última en tu grupo de amigas en permanecer soltera, o la única que no logra quedar embarazada, o que no consigue un trabajo que la haga feliz, probablemente sentirás envidia. Sin duda, debes arrepentirte y confesarle esto a Dios. Sin embargo, también debes reconocer que el deseo de ser una esposa, madre o profesional feliz es algo bueno. ¡No ignores al gato! Cuanto más niegues el dolor de lo que deseas y no tienes, más crecerá tu envidia.
Señor, realmente deseo ________ y quizá nunca lo logre. Me duele pensar que tal vez nunca llegue a realizar este sueño que es bueno y santo. Por eso, quiero honrarlo diciéndote a ti y diciéndome a mí misma la verdad acerca de cómo me siento. Redime mi dolor, Señor, para que no me infecte de envidia. Confío en que tú eres el mayor sueño y el más grande premio de todos.
Amén, redime mi disesilucióm , mis sueños y metas no alcanzadas , se y me aferro que eres mi mejor y mayor sueño, y mi más grande premio, gracias, porque contigo a mi lado, lo tengo todo. No importa si con mucho o poco, tu bendición va delante de mi.. Amén