El valor de la discreción
“Fíjense también en los barcos. A pesar de ser tan grandes y de ser impulsados por fuertes vientos, se gobiernan por un pequeño timón a voluntad del piloto” (Sant. 3:4, NVI).
El Diccionario de la a Real Academia Española define “discreción” como “sensatez para formar juicio y tacto para hablar u obrar”, “don de expresarse con agudeza, ingenio y oportunidad” y “reserva, prudencia, circunspección”. En una sociedad que va a un ritmo tan acelerado, donde hay poco tiempo para pensar y poco tiempo para considerar al otro, donde hablar sobre la privacidad ajena es hasta redituable, esta pequeña joya bíblica parece perdida o anticuada. Sin embargo, ¡cuán valiosa y necesaria es!
La Biblia está repleta de historias en las que se guardaron secretos, en las que hubo complicidad, en las que hubo cuidado pensando en el otro y también sabiduría divina para hablar de forma correcta. También hubo todo lo contrario.
Y en la Biblia también encontramos muchos consejos sobre el uso del habla, no solo en Proverbios, sino en múltiples oportunidades en que Dios dio palabras exactas, tocó la boca de sus profetas, desató la lengua a mudos y mandó a sus discípulos a predicar.
A veces asociamos la discreción con personas demasiado serias y calladas (y hasta aburridas), o con personas que guardan secretos que, en realidad, no deberían estar ocultos, con ese engaño que trae el pecado. Pero en este texto vemos que se nos está llamando a algo más elevado, a algo más que simplemente ser sensatos: a controlarnos a nosotros mismos, a controlar qué bendeciremos y qué maldeciremos, a controlar si el barco nos manejará a nosotros o si nosotros manejaremos el barco. Al final de cuentas, el dominio de nuestra lengua define nuestra sabiduría: si viene del cielo o si viene del diablo. ¡Hay mucho en juego!
¡Cuán difícil es cargar con el peso de las palabras mal dichas y sus consecuencias! ¡Cuán a menudo nos pasa incluso en el transcurso de un solo día! Pero Dios quiere ayudarnos a dominar nuestra lengua. Mejor dicho, él quiere dominarla. Porque detrás de ese timón debe estar él.
Hoy te propongo que, cuando sientas la tentación de hablar de otra persona, pruebes darle el timón a Dios, pruebes decir algo positivo o redireccionar la conversación. Ora por esto. Él te ayudará.