¡Descentralización!
“Jesús dijo a los judíos que habían creído en él: ‘Si ustedes permanecen en mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos; y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres’ ” (Juan 8:31, 32).
En su obra Why I am a Christian [Por qué soy cristiano], el conocido autor John Stott cuenta que estaba cumpliendo una misión en una universidad canadiense, cuando entabló una animada conversación con un joven profesor de esa institución. El tema giraba alrededor de lo que significa “aceptar a Jesús”. En un intento de explicar este concepto bíblico, Stott le dijo al catedrático que, si quería aceptar a Jesús como Salvador, entonces debía darle el lugar central en su vida, y a la vez moverse él hacia la periferia (p. 86).
–¡Caramba! –respondió el profesor–. ¡Me temo que voy a resistirme a semejante descentralización!
“Descentralización”. Esto describe muy acertadamente el cambio que se produce en la vida de quien acepta a Cristo: no solo el Señor se convierte en el centro de su vida, sino que, además, de siervo del pecado, el cristiano pasa a ser verdaderamente libre.
Esta fue, por cierto, la oferta que Jesús hizo a los judíos: “Conocerán la verdad –les dijo–, y la verdad los hará libres”. Pero ellos no mostraron interés alguno en recibirla. ¿No eran, acaso, descendientes de Abraham? Además, según ellos, nunca habían sido esclavos de nadie.
El problema de estos judíos es que Jesús no hablaba de esclavitud política, sino de libertad espiritual; la libertad del pecado que solo él puede dar. Por eso les dijo, primero, que “todo aquel que comete pecado, esclavo es del pecado” (vers. 34); y luego, que solo “si el Hijo los liberta, serán verdaderamente libres” (vers. 36). Si deseaban ser libres del yugo opresor del pecado, entonces solo había una cosa que debían hacer: quitarse ellos del centro, moverse hacia la periferia, y dar el lugar de honor al Mesías que los profetas habían anunciado durante tanto tiempo.
¿Cuál es la lección para ti y para mí? Solo hay dos poderes que contienden por la supremacía en este mundo, pero yo hoy quiero aceptar la oferta de libertad de Aquel que me amó y se entregó a la muerte por mí (Gál. 2:20).
Y tú, ¿qué harás? ¿Te moverás hacia la periferia, y permitirás que Jesús sea el centro de tu vida?
Amado Dios, en este momento me aparto del centro de mi vida, y digo con el apóstol Pablo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”.
Cuando el ser humano permite que Cristo sea el centro de su vida muchas cosas cambian; se acaba la ira, el enojo, los insultos, las groserías, toda forma de violencia, los vicios, las guerras, los odios, etc,
No habría necesidad de tener ejércitos ni policí,ni armas de ninuna clase, {
Viviríamos como en un paraíso-