En manos del alfarero – II
“De día y de noche tu mano pesaba sobre mí. Como flor marchita por el calor del verano, así me sentía decaer” (Sal. 32:4).
Un simple pedazo de arcilla, aparentemente sin gracia ninguna, puede transformarse en una obra de incalculable valor. Los pasos que hay que dar para que esta transformación tenga lugar son cuidadosos. La arcilla, tal como se encuentra, pasa por un tratamiento con el objetivo de lograr una arcilla pura, suave y lista para modelar.
El primer paso es el lavado del barro: a través del agua se extraen las impurezas hasta que quede limpio. Luego, es expuesto al sol hasta que esté totalmente seco. Después del secado, es prensado y amasado; si en esta fase no se hace un buen trabajo, la materia prima puede quedar con bolsas de aire y se corre el riesgo de que la pieza explote en el horno. Tras haber hecho lo anterior, se lleva al molino, donde se convierte en polvo y se le añade nuevamente agua pura. Posteriormente, es cortado en trozos según el uso que desea darle el alfarero. Después, se lleva al torno para modelarlo. Cuando está terminada la pieza, se pone en un lugar oscuro y, una vez seca, el proceso termina con el decorado; es entonces cuando el artesano se goza poniendo colores y diseños, sintiéndose orgulloso de su obra.
Amiga, el Artesano divino anhela hacer de ti una obra de incalculable valor; la única condición que te pone es que dócilmente aceptes el proceso redentor. Hemos de ser lavadas de nuestras impurezas, pero las aguas no nos ahogarán; solo nos limpiarán. El calor de las pruebas puede ser extremadamente duro, pero no seremos quemadas; mientras estamos en las amorosas manos de Dios, estamos seguras de que la obra que inició en nosotras será terminada. Algunas veces nos sentiremos literalmente hechas polvo, sin fuerzas, secas, enjutas y agobiadas; en este punto, con convicción debemos saber que la lluvia de gracia está a punto de ser derramada.
Terminada la obra, nuestro Padre celestial te pondrá como testigo de sus obras maravillosas; serás un testimonio vivo de la transformación de Dios en tu vida, como algo real, auténtico, no solamente de oídas. Verás un pedazo rústico de barro sin valor transformado en una joya digna de ser alabada.
Si estás en manos del alfarero, soporta confiada. Pronto llegará el final y podrás glorificar a tu Creador.