Fuerte y hermoso como un vitral
“Si hablo en lenguas humanas y angelicales, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o un platillo que hace ruido” (1 Corintios 13:1, NVI).
La revista Selecciones del Reader’s Digest publicó un artículo sobre Cori Salchert, una enfermera graduada de Sheboygan, Wisconsin, que junto a su esposo, Mark, adopta bebés que han sido desahuciados, para que no mueran en soledad (noviembre de 2016, pp. 88, 89).
Durante años Cori había ayudado a parejas que sufrían la pérdida de un bebé, y también a otras con niños en etapas avanzadas de enfermedad. Pero entonces ella misma enfermó, y como consecuencia de su enfermedad, perdió su trabajo. Entonces Cori vio en su propia tragedia la oportunidad para servir a los más débiles entre los débiles. Se puso en contacto con el programa de cuidado adoptivo del Hospital de Niños de Wisconsin, y ahí inició la labor que se ha convertido en la pasión de su vida.
En agosto de 2012 Cori recibió una llamada del hospital. Le preguntaron si podía adoptar a una niña de dos semanas de nacida, sin nombre ni parientes conocidos. Había nacido sin un hemisferio de su cerebro, y los médicos no le daban esperanza de vida. Cori y su esposo Mark aceptaron cuidarla. La llamaron Emmalynn. La pequeña vivió exactamente cincuenta días, pero en ese breve tiempo Emmalynn recibió más amor del que muchos reciben durante toda una vida.
El día en que Emmalynn murió, cuenta Cori, todos los miembros de la familia la cargaron y la besaron. Durante la noche, Cori la sostuvo cariñosamente contra su pecho, mientras le cantaba “Cristo me ama, esto sé”. Al rato, Cori se dio cuenta de que la niña había dejado de respirar. “Dejó este mundo mientras escuchaba el latido de mi corazón”, dijo ella.
¿Por qué Cori acepta a estos niños en su familia, a sabiendas de que quebrantarán su corazón? Porque quiere aliviar el sufrimiento de quienes nada pueden hacer por sí mismos. Claro, su familia sufre cada vez que un bebé muere, pero al sobrellevar el dolor de la pérdida, sus corazones han llegado a ser “como vitrales”; esas vidrieras multicolores hechas con pedazos de vidrios rotos que cuando se unen “son más fuertes, y más hermosos, precisamente por haber estado rotos”. Mi corazón quedó quebrantado al leer este relato, pero le pido a Dios que me ayude a recoger los pedazos, y lo restaure. Quizás entonces llegará a ser tan fuerte y hermoso como un vitral. O, mejor aún, quizá llegue a reflejar algo de la belleza del corazón de Cristo.
Padre celestial, crea el amor de Cristo en mi corazón. Solo así podré amar como él amó, servir como él sirvió.