“No volverá a mí vacía”
“Así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero y será prosperada en aquello para lo cual la envié” (Isaías 55:11).
Conocí acerca de Nam Yong Han en 2012. En ese tiempo, él era un agricultor coreano de setenta y dos años. ¿Y qué hizo el señor Nam para que su vida saliera del anonimato y se diera a conocer en todos los continentes? En 2003, cuando servía como misionero en Pekín y, tras haber sido arrestado por su fe, Nam profundizó su vida espiritual y se convirtió en un asiduo lector y transcriptor de las Escrituras. Para llevar a cabo esta grandiosa labor, dedicaba a la tarea unas seis horas cada día.
De acuerdo con Nam, la práctica de leer y transcribir la Palabra de Dios tuvo un impacto muy positivo en su vida, puesto que se definía a sí mismo como un hombre “impetuoso y agresivo”; sin embargo, leer y escribir los escritos sagrados lo guio a reconocer que era un pecador y a sentir que “su corazón se enternecía” y que sus “tendencias agresivas desaparecían”. A causa de su experiencia como veterano de Guerra, Nam padecía graves problemas visuales y severos dolores en la muñeca, el brazo y el hombro; no obstante, tras comenzar a leer y transcribir las Escrituras, su salud mejoró y aumentó a diez las horas que dedicaba a ese noble y laborioso oficio.
La experiencia de Nam, ¿no debería llegar a ser la nuestra? ¿Hemos experimentado en nosotros el poder de la Palabra de Dios? La misma Palabra que dio sanidad física y espiritual al señor Nam, está al alcance de nuestras manos, al lado de nuestras camas, en los estantes de nuestros hogares. ¿Qué tiempo estamos dedicando al estudio y a la meditación de ese divino libro? Como Jeremías, deberíamos decir: “Fueron halladas tus palabras, y yo las comí. Tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón” (Jer. 15:16). ¿Captamos la relación del profeta con la Palabra? Jeremías hizo de la Palabra su alimento, su fortaleza, su fuente de gozo.
Jeremías y Nam son testigos del cumplimiento de esta promesa “Así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero y será prosperada en aquello para lo cual la envié” (Isa. 55:11). Si la Palabra de Dios entra en nosotros, nuestro Señor obrará hermosos milagros en nuestra vida.