La envidia del pavo real
“No nos hagamos vanagloriosos, irritándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros” (Gál. 5:26).
Una tarde, iba por un camino de tierra. Al final del camino se veía el campo sin límites con el sol poniente. Era una brillante bola roja y todos los que pasábamos caminando nos quedábamos a mirarlo fascinados.
Pero había un pavo real sobre un tejado que parecía no soportar que las miradas no estuvieran sobre él. Cuando alguien frenaba para mirar el sol, él emitía su característico sonido de corneta y entonces girábamos para mirarlo a él.
Digo que tenía envidia, pero él no es capaz de sentirla en realidad. Solo me hizo pensar que muchas veces actuamos como este pavo real, sedientos de atención que otra persona brillante está ganando naturalmente.
En la Biblia hay varios ejemplos de personas envidiosas: Caín tuvo envidia de su hermano Abel, por su sacrificio obediente; Raquel tuvo envidia de Lea, que era mucho más fértil que ella; los hermanos de José tuvieron envidia de él y del trato privilegiado que Jacob le otorgaba; María y Aarón tuvieron envidia de Moisés y su liderazgo; Saúl tuvo envidia de David y sus victorias; y así tantísimos otros relatos que terminaron muy, muy mal.
Es fácil ver cuán verde está el pasto ajeno y desear las cosas que no tenemos. Pero la actitud envidiosa siempre es dañina para todos y en vez de emplear tiempo en alimentarla, podemos emplearlo en hacer cosas buenas que traigan buenos resultados para nosotros también.
“Si han descuidado el tiempo de la siembra, si han permitido que pasaran sin ser aprovechadas las oportunidades que Dios les ha concedido, si se han dedicado a agradarse a ustedes mismos, ¿no se arrepentirán ahora, antes que sea para siempre demasiado tarde, y tratarán de redimir el tiempo? […] Abandonen su quejosa incredulidad, su envidia y sus malos pensamientos, y vayan a trabajar con fe humilde (El colportor evangélico, pp. 57, 58).
La envidia es un sentimiento que nos carcome por dentro y nos hace inútiles. Sí, así de fuerte y sencillo.
Hoy podemos hacer el ejercicio de ver las cualidades positivas en otras personas y alegrarnos genuinamente por sus logros. Podemos pedirle a Dios constancia y sabiduría para emplear mejor nuestro tiempo y talentos. Podemos pedirle que nos ayude a dejar que otros observen el sol sin sentirnos menos hermosos o valiosos por eso. Y es que al final, somos más inteligentes que el pavo real.