De principio a fin
“Respondiendo Jesús, les dijo: ‘Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento’ ” (Lucas 5:31, 32).
¿Debe el pecador primero arrepentirse antes de responder al llamado de Cristo? Es decir, ¿ha de esperar hasta ser limpio de culpa para poder experimentar el poder perdonador del Salvador? Un relato que cuenta Dwight L. Moody nos ayuda a responder (Halliday y Travis, How Great Thou Art, p. 193).
Cuenta Moody que hace muchos años un niño fue raptado en Londres. A pesar de los esfuerzos de las autoridades, el niño no apareció. Fue así como se abandonó todo intento de rescatarlo. Y la gente, excepto su madre, perdió la esperanza de verlo nuevamente.
Sin embargo, un día sucedió un hecho interesante. El niño, ya convertido en un jovencito, fue enviado a limpiar la chimenea de cierta casa en un vecindario. Por error, el muchacho se introdujo en una dirección equivocada y realizó la limpieza acostumbrada. Cuando bajó de la chimenea, le pareció que el lugar era familiar. Extasiado, contemplaba los detalles de la casa, cuando apareció en la escena la dueña del hogar. ¡Era su mamá! De inmediato, el joven la reconoció.
¿Pero ella lo reconocería a él? ¡Claro que sí!
¿Qué crees que hizo, entonces, la madre? ¿Mandó a su hijo a bañarse antes de poder abrazarlo? El muchacho estaba cubierto de mugre, vestido con harapos, y además, apestaba. Dice el relato que la madre se abalanzó sobre él, lo abrazó y lo besó tiernamente, mientras derramaba lágrimas de alegría.
Entonces, ¿debe el pecador esperar hasta ser limpio de culpa para ir al Salvador? Leamos la respuesta en El camino a Cristo: “La Sagrada Escritura no enseña que el pecador deba arrepentirse antes de poder aceptar la invitación de Cristo: ‘Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso’ ” (p. 23). ¿Por qué es así? Porque el Señor no vino “a llamar a justos, sino a pecadores”. Es decir, ¡la salvación es obra de Cristo de principio a fin!
“Toda la obra es del Señor de principio a fin. El pecador que perece puede decir: […] ‘Soy pecador y Cristo murió en la cruz del Calvario para salvarme. No necesito permanecer un solo momento más sin ser salvo. Él murió y resucitó para mi justificación, y me salvará ahora. Acepto el perdón que prometió’ ” (Mensajes selectos, t. 1, p. 471).
Amado Jesús, sé que soy pecador, pero por fe acepto que por mí moriste en la Cruz. ¡Que tu preciosa sangre perdone mis pecados y me limpie de toda maldad! Amén.