Síndrome de AF
No dirás contra tu prójimo falso testimonio. Éxodo 20:16.
La posguerra española fue un tiempo difícil. El país había quedado aislado del resto de Europa y las condiciones económicas eran realmente duras, sobre todo en las ciudades. Con este contexto, Borita Casas, escritora de literatura infantil, crea un personaje que se hizo muy famoso: Antoñita la Fantástica. El personaje era una niña que escapaba de la realidad con sus fantasías. Entre otras cosas, hablaba con las musarañas, viajaba al país de Babia, dialogaba con una lámpara o con las velas de una torta de cumpleaños. Fue tan popular que hasta hoy en España se suele decir que alguien “piensa en las musarañas” o “está en Babia” cuando se desconecta de la realidad.
Me preocupa un síndrome que podríamos denominar de AF (Antoñita la Fantástica). Y se produce cuando una persona vive en la irrealidad, se miente a sí misma y, desde su visión del mundo, a los demás. Es una manera de transgredir el Mandamiento porque se deforma la vida, convirtiéndola en falsedad. En ocasiones, como sucedía en la España de posguerra, es el resultado de un ambiente adverso o nocivo, una forma de huir de lo negativo. Pero dicha actitud genera problemas adicionales a los existentes. Al evitar la causa de la adversidad, se desplaza el problema, e ignorar algo no implica que eso no exista. Vivir en la fantasía, además, no desarrolla la resiliencia y no nos permite superar los bajos niveles de frustración. Tal actitud nos lleva al fracaso o a la autojustificación permanente.
He tenido alumnos con síndrome de AF, pero el caso que ahora mencionaré alcanzaba niveles muy intensos. Su padre había muerto cuando era joven y la madre, una mujer melindrosa, lo había criado entre excusas. Si el hijo no estudiaba, se debía a la actitud de los profesores o a enfermedades espontáneas que le aquejaban. Si tenía una moral irregular se debía a las amistades o a la poca motivación que recibía en la iglesia. Si no tenía estabilidad laboral era porque sus jefes no sabían lo que hacían o porque todos le tenían envidia. Vivía en la irrealidad, en la mentira. Escuché de él las excusas más increíbles cuando llegaba tarde a clase o no hacía un examen. Al principio me indigné, pero luego tuve pena de su vida. Al no abandonar la fantasía, nunca creció como persona.
Jesús no se mintió en el Getsemaní, se enfrentó a la tentación aferrado al Dios de la verdad. No se engañó ante los tormentos de la cruz, murió clamando por la presencia de su Padre. Nosotros lo tomamos como ejemplo, no nos mentimos, oramos pidiendo valor para desafiar la realidad.