“Vaya con Dios”
“Quédense tranquilos, que el Señor peleará por ustedes” (Éxodo 14:14, RVC).
¿Te ha ocurrido que, cuando todo te sale mal, a veces culpas a Dios?
Eso era precisamente lo que Margie estaba haciendo mientras conducía su automóvil. Su padre, un médico, estaba luchando contra los devastadores efectos de un cáncer pancreático. Pocos días antes, su madre había fallecido mientras dormía. Además, el banco estaba amenazando con abrir un juicio hipotecario que podría resultar en la pérdida de su casa. Y para colmo de males, su matrimonio estaba a punto de colapsar. Absorta estaba Margie en sus pensamientos cuando divisó por el retrovisor las luces de un patrullero.
–¿Me muestra, por favor, su licencia y el registro de su auto? Usted estaba manejando a 80 kilómetros por hora en una zona donde la velocidad permitida es de 60.
Después de dar una rápida mirada a la licencia, el oficial repentinamente cambió el curso de la conversación.
–¿Es usted la hija del Dr. Littell?
–Así es –respondió Margie–. Me dirigía a su casa para cuidarlo esta noche.
–En ese caso, no puedo aplicarle la multa –respondió el oficial–. El Dr. Littell atendió a mi madre durante el parto que me trajo a este mundo. Vaya con Dios.
Margie no se fue de inmediato. Permaneció dentro de su auto, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. Había estado descargando su ira contra Dios por todo lo malo que estaba sucediendo en su vida, pero ahora, por medio del oficial, Dios parecía estar hablando a su corazón.
Margie se acordó entonces de la señora Stimpson, una ancianita que sí tenía buenas razones para quejarse y, sin embargo, no lo hacía. El esposo de la señora Stimpson estaba muriendo lentamente como producto del cáncer, su hija había muerto en un accidente automovilístico, su nieto estaba en la cárcel, y ella misma caminaba encorvada por los estragos de la artritis. Un día Margie le había preguntado cómo podía afrontar tantos problemas. Con una amplia sonrisa, mientras seguía caminando con su cuerpo encorvado, ella respondió: “Éxodo 14:14”.
¿Cómo terminó la experiencia de ese día? Inclinando el rostro dentro de su auto, Margie oró: “Perdóname, Señor. Y gracias porque en todo esto has estado conmigo”.
Margie luego escribió lo que en su opinión fue la lección que aprendió ese día: “Justo cuando mi bote estaba a punto de hundirse […] pude escuchar la voz de Dios hablando a mi corazón: ‘Estad quietos y conoced que yo soy Dios’ ” (Sal. 46:10) (“When the Waves Were High and My Boat Was Small”, Adventist Review, 8 de noviembre de 2007, p. 22).
Padre amado, gracias porque en las buenas y en las malas siempre estás conmigo.
me gustó de sobremanera la reflexión.
Amo mas que nunca al Señor
me gusto mucho la reflexión
amo al Señor nuestro Padre
Excelente documental que permite hacer una reflexión de nuestras actividades