Un santuario seguro
“Ese lugar donde yo he de habitar, y todos sus muebles, tienes que hacerlos exactamente iguales a los que te voy a mostrar” (Éxodo 25:9).
El crédito por el Santuario es solo de Dios. Ni el diseño, los colores o muebles fueron idea de Moisés, Aarón o Bezaleel. Dios les mostró el modelo, indicó los materiales, capacitó a los edificadores y comunicó qué tipo de sacrificios esperaba. La voluntad de Dios era vivir siempre con Israel, y el Santuario lo haría posible.
Dios llamó a Moisés a la cumbre del Monte Sinaí para mostrarle cómo se iba a construir. Allí le mostró el modelo celestial, en donde Jesús ministra por nosotros hoy. Si quieres que te vaya bien en la vida, mira hacia arriba y sigue el modelo celestial. No sigas los modelos de este mundo.
Dios le pidió a su pueblo ofrendas generosas para construir el Santuario, pero apenas pocos meses atrás había salido de Egipto donde era esclavo. ¿Qué riquezas podían tener? Cuando estaban por salir de Egipto, Dios hizo que los egipcios les dieran muchos regalos (Éxo. 12:33-36). Además, antes de llegar a la montaña habían vencido a Amalec, y ahí consiguieron un gran botín. Dios en su misericordia les dio muchos regalos a Israel, y ahora ellos debían devolverle para el proyecto de construcción. El pueblo respondió tan bien que Moisés les tuvo que decir que no regalaran más ofrendas para el Santuario (Éxo. 36:6, 7).
El Santuario era una construcción firme, sobre bases que transmitían seguridad y estabilidad. Las barras y las tablas estaban recubiertas de oro, así que a la distancia brillaban bajo los rayos del sol. Los colores principales de las cortinas eran azul, morado y rojo. El primer color recuerda el cielo, el trono de Dios; el segundo, evoca la realeza; finalmente, el rojo habla del sacrificio de los corderos.
El Santuario era un sitio sagrado, hermoso y reconfortante. Era un lugar donde las personas encontraban perdón, reconciliación, celebración, comida y protección. Por eso el salmista afirmó: “¡Bajo tus alas, los hombres buscan protección! Quedan completamente satisfechos con la abundante comida de tu casa” (Sal. 36:7, 8).