“Yo no creo eso”
“El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente” (Salmo 91:1).
Ese día, en la clase de Escuela Sabática, la maestra estaba contando a los niños la historia de cómo los tres amigos de Daniel fueron milagrosamente protegidos en el horno de fuego. Entonces uno de los niños exclamó:
–¡Yo no creo eso!
–¡Yo sí lo creo! –respondió una niña–. Mi abuelita me ha contado que cuando la bomba atómica cayó en Hiroshima ninguno de los miembros de la iglesia murió.
Allí habría quedado el intercambio de palabras, de no haber sido por un pequeño detalle: ¡La maestra tampoco creía el relato de la salvación milagrosa de los tres jóvenes hebreos! Peor aún, tampoco creía lo que la niña había dicho acerca de la bomba atómica. El caso es que la maestra –Asako Furunaka– no era adventista del séptimo día. Era la reportera de un periódico que había llegado de visita a la iglesia cuando estaba pasando por un momento difícil en su vida. Con el tiempo, se ganó la confianza de los miembros de la iglesia y, debido a su preparación, le pidieron que enseñara la clase de niños. Pero ahora las palabras de la niña la habían dejado pensando: “¿Será verdad que ningún adventista murió cuando cayó la bomba sobre Hiroshima?”, se preguntó. La única manera de saberlo era investigando…
Visitó a los sobrevivientes adventistas, y se aseguró de tener todos los datos relevantes a mano; entre ellos en qué lugar de la ciudad vivía cada uno de ellos cuando se produjo el bombardeo. Se sabe, por ejemplo, que cuando la bomba atómica cayó ese 6 de agosto de 1945, destruyó instantáneamente todo lo que se encontraba en un radio de dos kilómetros. Como resultado de la explosión, los incendios y la radiación, habían muerto unas doscientas mil personas. ¿Cómo podía sobrevivir alguien en ese infierno?
¿Qué encontró Asako durante su investigación? Después de visitar a los ancianos adventistas que todavía vivían, pudo ver que la niña tenía razón: ¡ninguno había muerto durante la masacre! Por ejemplo, la Sra. Hiroko Kainou le contó que cuando sintió “el terrible y repentino viento, cayó de rodillas y oró. Aunque todos los vidrios de su casa explotaron, ella salió sin un solo rasguño”. Impactada por los testimonios que escuchó, Asako entregó su vida a Jesús, fue bautizada y llegó a ser una obrera bíblica (“Una maldición transformada en bendición”, Adventist World, agosto de 2011, p. 18). El Dios que había salvado a los tres jóvenes del horno de fuego, y a los adventistas de Hiroshima, también había hecho un milagro en su corazón.
Gracias, Padre celestial, porque tu mayor milagro es que has tocado mi corazón.
Hola cono estan
Por favor siga orando por mi .