Dios es nuestra victoria
«El Señor le daba la victoria a David por dondequiera que iba». 2 Samuel 8: 6
Cuando leo este pasaje no me puedo negar a hacer una comparación de lo que ha sido la llegada del evangelio a nuestros países y la manera en que Dios le dio la victoria a hombres y mujeres abnegados que estuvieron dispuestos a arriesgar su vida con tal de que la luz del evangelio pudiese llegar a todos los rincones. Mi país, Colombia, fue evangelizado por los religiosos que acompañaban a los conquistadores españoles. A la fuerza se inculcaban las enseñanzas de la Iglesia Católica y se sembraba en la mente de los catecúmenos la idea de que estudiar o leer la Biblia era apostasía.
El mensaje adventista llegó primero a las islas a través de una pareja de misioneros, tres colportores y un médico misionero. En el continente, el mensaje llegó a través de aguerridos colportores que venían de Norteamérica y que, además de ofrecer sus libros, hacían otros trabajos para sostenerse: contaduría, panadería, fotografía y demás. El 27 de abril de 1923 se bautizaron los primeros tres adventistas en la ciudad capital: Francisco Hernández, Eugenio y Carlos Plata. Al mismo tiempo, una caja de libros fue mandada desde Balboa, zona del Canal de Panamá y fue entregada al señor Antonio Redondo, un pastor presbiteriano que, al estudiar los libros, se convirtió junto con su familia iniciándose la obra en la parte norte del país. Desde Panamá, el pastor Max Trummer vino para organizar la obra. Empezaron a comprar propiedades, organizar iglesias, ordenar pastores y crear escuelas.
Hoy mi país cuenta con más de 300,000 adventistas, que se reúnen en unas 4,000 congregaciones. Escuelas, colegios, centros médicos, una universidad, fábricas de alimentos, todo con el firme y noble propósito de seguir adelante con la tarea que estos pioneros iniciaron con dolor, sangre, sudor y muerte.
@Dios fue, ha sido y será nuestra victoria en todo el mundo. Falta mucho territorio por poseer aún. La victoria de la iglesia es la victoria de cada uno de sus miembros. Tú y yo tenemos hoy la encomienda de finalizar la tarea de evangelizar a todo el mundo. No te detengas, no tengas miedo, no retrocedas. Avancemos sin temor.