La otra cara de la moneda
“Den gracias a Dios por todo, porque esto es lo que él quiere de ustedes como creyentes en Cristo Jesús” (1 Tes. 5:18).
La falta de agradecimiento (es decir, la actitud contraria a la que analizamos ayer, que es la gratitud), nos inhabilita para apreciar los pequeños detalles de la cotidianidad que ocasionan momentos de bienestar. Si la gratitud parte de la humildad de reconocer que recibimos regalos inmerecidos, la ingratitud parte de la soberbia y la arrogancia de creer que nada de lo que nos sucede es por gracia.
La gratitud, al igual que el amor, tiene que ser correspondida y nutrida. Quien no agradece, se quedará finalmente solo, con sus raquíticos esfuerzos por demostrarse a sí mismo y a los demás que no necesita a nadie.
La ingratitud puede conducirnos a despreciar las bendiciones de Dios e incluso a traicionar los principios del evangelio. Fue esta actitud ingrata la que convirtió a Judas en traidor (ver Luc. 22:1-6) y la que engañó al hijo pródigo para que exigiera su herencia, desconociendo que disfrutaba de ella desde que había nacido. ¡Qué triste es vivir la vida con la mezquina actitud de la ingratitud!
Efectivamente, la ingratitud es un pecado. Los israelitas añoraban las ollas de Egipto, porque no eran capaces de agradecer el milagro de la liberación que Dios había obrado en su favor a través de Moisés. No agradecieron el agua de la roca ni el pan del cielo, y por eso llegaron a murmurar contra Dios y contra Moisés. Otra cosa bien distinta hubiera sucedido si ellos habrían sentido verdadero agradecimiento hacia el Señor y hacia su siervo.
No menospreciemos la bondad de Dios olvidando darle las gracias por sus bendiciones. Nada de lo bueno que tenemos es obra nuestra. Detrás de todo éxito alcanzado, está la mano invisible de Dios moviéndose a nuestro favor. Un corazón agradecido alaba y glorifica en toda circunstancia. Agradece a Dios por ti, aunque no seas perfecta; por tu familia, aunque tenga defectos; por tu iglesia, aun con sus limitaciones humanas; y, sobre todo, porque Cristo llegó a tu vida.