Del miedo al temor
Moisés les respondió: “No tengan miedo. Dios ha venido a ponerlos a prueba, para que siempre tengan temor de él y no pequen”. Éxodo 20:20, RVC.
La primera vez que experimenté un terremoto, tendría unos doce años y apenas comenzaba la escuela intermedia. Fue un completo caos, las bocinas de los carros sonando, la gente gritando, los más jóvenes llorando. Corrí a mi casa, que estaba a unos seis kilómetros. En el trayecto vi gente saliendo de las casas en pijama y las madres intentando ubicar a sus pequeños. Unos decían que el mundo se estaba acabando, otros que era un castigo divino. Finalmente, encontré a mi madre, la abracé y le pregunté: “¿Por qué está temblando?”
Mi querida madre, con voz solemne, me dijo: “Dios nos está hablando fuerte hoy”.
Los israelitas, en sus cuatrocientos años de esclavitud, habían aprendido la obediencia por medio del látigo, así que adoptaron la creencia del castigo de los dioses. Su comprensión de Dios estaba nublada por su pasado. Dios necesitó hablarles en el único lenguaje que entendían: la disciplina y el miedo, hasta que estuvieran listos para escuchar la voz tierna del amor divino. En el monte Sinaí Dios se manifestó a ellos en medio de truenos, relámpagos, humo y trompetas. Su propósito era impresionar sus mentes con el concepto de la majestad y el poder de Dios. Todos se llenaron de miedo, pero Moisés los tranquilizó diciéndoles que Dios deseaba colocar su temor en el corazón de ellos. ¿Cuál es la diferencia entre tener miedo y tener temor? Hebreos 12:18 al 29 explica la experiencia del monte Sinaí y hace una diferencia entre el miedo que hace temblar y el temor que nos motiva a reverenciar a Dios.
La inocente explicación de mi madre no me motivó a reverenciar a Dios sino a tenerle miedo. El genuino temor a Dios que se manifiesta en respeto y obediencia tiene grandes beneficios: comunión íntima (Sal. 25:14), recibir su bondad (Sal. 31:19), provisión (Sal. 34:9) y confianza (Prov. 14:26, 27). Es decir, el temor a Dios es el reconocimiento de su santidad y su poder. Es respetarlo, honrarlo y reverenciar su nombre. Todos estos son elementos de la adoración. Temer a Dios es rendirle adoración.
Es probable que nuestra primera experiencia con Dios sea de miedo, como la de los israelitas recién liberados de la esclavitud, pero a medida que nuestra amistad con Dios crece, el miedo se torna en respeto. Acércate hoy a Dios en adoración, con respeto, reverencia y santo temor.