Una tarea que nunca acaba
“Feliz el que halla sabiduría, el que obtiene inteligencia; porque son más provechosas que la plata y rinden mayores beneficios que el oro” (Prov. 3:13, 14).
El crecimiento personal es una tarea de toda la vida y difiere de una persona a otra, pues cada quien lo experimenta a su propio ritmo y de acuerdo a sus necesidades. Cada quien es cada cual, y crece de maneras distintas y para propósitos distintos.
Desde que nacemos hasta que morimos, la vida se desenvuelve en medio de luchas, temores, fracasos y aciertos; esto es así porque fuimos creadas para lo superior, pero estamos inmersas en un mundo que no se detiene, que se mueve y cambia, que inventa y desecha, que acierta y se equivoca. Nosotras, en medio de esta vorágine, solo saldremos aprobadas si nos sujetamos fuerte de la mano de Dios y nos preparamos continuamente para no perder de vista lo que nos aguarda junto a él en las mansiones eternas.
Cultiva y mantén una relación de compañerismo constante con Dios. Esto te proveerá seguridad para enfrentar sin temor los desafíos cotidianos. El Salmo 27:1 nos exhorta: “Jehová es mi luz y mi salvación, ¿de quién temeré? Jehová es la fortaleza de mi vida, ¿de quién he de atemorizarme?” (RVR 95).
Reconoce que eres hechura de Dios. Saberlo refuerza tu sentido de identidad, lo que te hace competente para superar tus traumas y hacer frente a los problemas.
Mira el futuro como una promesa de grandes y maravillosas cosas por ocurrir, no como algo amenazante y atemorizador. En las crisis más devastadoras, aprende a depender de Dios y saca fortaleza de tu fe. Te espera un hogar incorruptible. Si posees esta visión de lo eterno, vivirás el presente con la expectativa correcta.
Agradece cada día porque tienes a Dios en tu vida y cuenta por la noche las bendiciones recibidas.