El milagro «del Ruiz»
«Voz de júbilo y de salvación hay en las tiendas de los justos; la diestra de Jehová hace proezas». Salmo 118: 15, RV95
Todos sabían, muchos meses antes, que una tragedia iba a ocurrir en Armero. Con casi un año de anticipación, expertos geólogos habían advertido de las posibilidades de una avalancha por la actividad del volcán nevado del Ruiz. El tema se debatió en el congreso de la república, donde se denunció, con estudios en mano, que el pueblo «iba a desaparecer». Sin embargo, ninguna autoridad dio la orden de evacuar, y fue así como el 13 de noviembre de 1985 ocurrió la peor tragedia natural que ha sacudido a mi país.
Aquella noche, el volcán nevado del Ruiz, que llevaba meses arrojando cenizas, expulsó gases, materiales y aire atrapado calientes que derritieron un casco de nieve y produjeron una avalancha de agua, piedras, escombros y lodo, que bajó a unos 60 kilómetros por hora por el cauce del río Lagunilla y, a las once de la noche, llegó a este próspero municipio, habitado por 40,000 personas. La fuerza de la avalancha sepultó a unas 25,000 personas, a las que tomó en su mayoría durmiendo y por sorpresa en sus casas. La avalancha arrasó al final 4,200 viviendas, destruyó veinte puentes y acabó con todas las vías. Nada quedó en pie.
Sobrevivieron 15,000 de sus habitantes, que todavía hoy se lamentan de no haber evacuado. La hermana Rosalba es una de esas 15,000 sobrevivientes. Aquella noche ella dormía con sus pequeños gemelos, Edier y Kelly, y una bebecita de meses. El estruendo de la avalancha la despertó. Prendió una vela y pudo ver cómo el lodo entraba por las ventanas, así que subió al techo. La casa fue arrancada de sus cimientos y comenzó a flotar mientras ella cantaba himnos y recitaba Salmos en voz alta. Tratando de sostener a los gemelos, la avalancha arrebató a la beba de sus manos y se la llevó sin que ella pudiera hacer nada.
Durante horas interminables lloró, oró y cantó aferrada a las promesas de Dios. Muchas horas después, en la oscuridad, vio un bulto que navegaba sobre el lodo. Lo agarró. Era un bebé envuelto en pañales que luchaba por respirar, pues estaba cubierto de fango. Agradeció a Dios porque le había mandado a otro niño para cuidar. Cuando llegó la luz del día y limpió al bebé, no pudo creer lo que sus ojos veían: ¡Era su hija! Dios se la había devuelto.
¿Te diste cuenta? @Dios continúa haciendo milagros hoy, así como lo hizo en el pasado.
Increíble