Raíces, ramas, flores y frutos
“Voy a ser para Israel como el rocío, y él dará flores, como los lirios. Sus raíces serán tan firmes como el monte Líbano; sus ramas se extenderán hermosas como las ramas del olivo, y será su aroma como el de los cedros del Líbano” (Ose. 14:5, 6).
Muchas veces fui testigo de cómo se planta un árbol. Recuerdo uno que mi padre trajo de un invernadero: era tan pequeño y débil. Con un cuidado casi paternal, él lo enterró bien profundo en un terreno que había escogido de antemano, donde pudiera enraizar; ese fue el comienzo de su vida y de su misión. Con el tiempo, el débil arbolito fue tomando fuerza. En las noches de viento y de lluvia, se agitaba valeroso, pero no cayó; al alba, al salir el sol, estaba recto y firme como antes del temporal.
Poco a poco, las ramas de aquel árbol pequeño y débil se fueron haciendo fuertes y se expandieron, cobijando en ellas a algunas aves y a bastantes insectos. El día que salieron las primeras flores, se veía hermoso e imponente; entonces, mi padre anunció que, en la siguiente temporada, daría los primeros frutos. Así mismo fue: al verano siguiente, con deleite sin igual, tuvimos la cosecha de los primeros damascos. ¡Qué maravilla de la naturaleza!
¿Sabes? Nosotras nos parecemos a los árboles. De hecho, tú puedes escoger a cuál deseas parecerte. El Señor dice que nos ha puesto para que llevemos fruto, tal como hace un árbol. Para lograrlo, es importante afianzarnos en nuestras raíces. Solo así, en tiempo de tormentas, nos mantendremos de pie. Las raíces son las conexiones profundas que vamos haciendo con Dios a través de una vida de oración, reflexión y estudio de su Palabra.
Enraizada en Cristo, podrás extender tus ramas y verás que muchos se cobijarán bajo su follaje. Cuando las primeras flores engalanen tu personalidad con amabilidad, bondad, simpatía y gozo, y produzcas frutos que honren al Creador, serás instrumento de paz y de consuelo para los desesperanzados. En ese momento, no descuides tu dependencia de Cristo. Asegúrate de que tus raíces sigan creciendo hacia dentro, hacia lo profundo, donde puedan nutrirse del perfecto amor de Dios y de su verdad.
Entonces, y solo entonces, estarás cumpliendo la misión para la que fuiste plantada en Cristo.