“Una gran recompensa”
“Les espera una gran recompensa en el cielo” (Mateo 5:12, NVI).
Hace unos años, leí la historia de un joven al que su universidad le develó una placa con el siguiente mensaje: “Jugó cuatro años en el equipo de suplentes. Nunca desertó”. ¿Por qué su alma mater realizó tan inusual reconocimiento? Porque como alumno de licenciatura, nunca fue el presidente de su clase; porque durante cuatro años estuvo en el equipo de fútbol, pero no formó parte del equipo principal; porque como estudiante su nota más alta fue una B; porque durante la Primera Guerra Mundial sirvió en un puesto de poca monta en la unidad médica; porque dondequiera que estuvo fue fiel a su deber.
Es innegable que anhelamos los primeros lugares; no obstante, no hemos de soslayar la importancia de los que nunca llegaremos a la cumbre. La gran mayoría de nosotros ha pasado por este mundo sin hacer una contribución que nos coloque en las primeras planas de los periódicos. No fuimos el mejor de nuestra clase; no ganamos ningún premio; no hemos tenido la oportunidad de presidir nada; somos gente común y corriente que no ha podido hacer las cosas que nuestra sociedad considera grandiosas. Pero ¿significa eso que nuestro trabajo ha sido en vano?
Pensemos en Felipe, el apóstol. ¿Escribió alguna carta? ¿Hizo algún milagro? ¿Presidió el Concilio de Jerusalén? No. Felipe es de los que nunca estuvieron en el equipo inicial, de los que no pertenecieron al grupo de los más brillantes y famosos. ¿Entonces qué hizo Felipe? Pues “encontró a Natanael y le dijo: ‘Hemos encontrado a aquel de quien escribieron Moisés, en la Ley, y también los Profetas’ ” (Juan 1:45). Cuando los griegos querían hablar con Jesús, ¿a quién se acercaron? Se acercaron a Felipe, que hizo la gestión para que Jesús los recibiera.
Ese Felipe, que aparentemente es alguien que no había hecho nada significativo para la humanidad, silenciosamente, sin ostentación externa, fue un instrumento especial de Dios para bendecir directamente a las personas que formaban parte de su entorno. Felipe no aportó nada grande a escala mundial, pero aportó mucho a la gente que estaba cerca de él.
A los Felipes que pasan inadvertidos ante los ojos humanos, Dios les asegura: “Yo conozco tus obras, tu tribulación, tu pobreza” (Apoc. 2:9). El que ve la pequeñez de nuestras obras secretas nos ofrece esta preciosa promesa: “Alégrense y llénense de júbilo, porque les espera una gran recompensa en el cielo” (Mat. 5:12, NVI).
Gracias a Dios por tomar siempre en cuenta los detalles mas pequeños en nuestras vidas