Cenando con Dios
«Porque va a venir gente del norte y del sur, del este y del oeste, para sentarse a comer en el reino de Dios. Entonces algunos de los que ahora son los últimos serán los primeros, y algunos que ahora son los primeros serán los últimos». Lucas 13: 29-30 (RVR1995)
Casi podemos asegurar que las mesas son tan antiguas como las murallas. No así las sillas. Las primeras mesas estaban al nivel del suelo y se fueron levantando hasta llegar a ser lo que vemos hoy, al menos en nuestra cultura; en otras partes del mundo todavía son muy bajitas. En la actualidad tenemos mesas de todas las clases, formas y materiales: cuadradas, ovaladas, redondas, triangulares; de madera, mármol, vidrio, metálicas, etcétera. Unas mesas muy buenas son las extensibles, que se hacen tan grandes como queramos. En esta clase de mesas podemos recibir una gran cantidad de personas.
Pero además de útiles, las mesas son un símbolo de unidad, de recogimiento, de fraternidad, de apertura y aceptación. Alrededor de una mesa nos sentamos para charlar, realizar confidencias, compartir un poco de la vida, dar de lo bueno y de lo vivo que hay en nosotros. En la mesa no solo se sirven alimentos, sino también nuestras miradas y nuestras sonrisas. Nuestros más profundos afectos pueden ser recibidos y entregados en la mesa. Una mesa nos obliga a ser originales, allí nos abrimos y nos entregamos en toda nuestra originalidad a los amigos. Los hombres de negocios lo saben bien y, por eso, alrededor de la mesa se realizan los más grandes negocios.
A Jesús le encantaban las mesas. Muy a menudo lo encontramos comiendo con las personas, asistiendo a banquetes y contando historias sobre cenas, fiestas y comidas. De hecho, unas pocas horas antes de morir, Jesús ordenó a sus seguidores que lo recordaran ¡mediante una cena! Y también prometió cenar con nosotros en el reino de su Padre. No me sorprende entonces que Apocalipsis ilustre la salvación con una cena (Apocalipsis 19: 9).
Tampoco me sorprende que el deseo de @Jesús hoy sea cenar contigo. Él te dice al iniciar esta jornada: «Mira, yo estoy llamando a la puerta; si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos» (Apocalipsis 3: 21).