Lunes 15 de Noviembre de 2021 | Matutina para Mujeres | En los brazos de papá

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En los brazos de papá

“El Dios eterno es tu refugio, su eterno poder es tu apoyo” (Deut. 33:27).

Los niños siempre han sido para mí una fuente de inspiración; de su fragilidad e inocencia puedo aprender grandes lecciones. Como la que aprendí de la niña de la que voy a hablarte hoy.

Ella era pequeña; quizá apenas pasaba los tres años de edad. Su padre la llevaba recostada en su hombro y ella dormía plácidamente. Su pequeño cuerpo estaba relajado, su sueño era profundo y reparador, y en su rostro resplandecía una sonrisa. Pensé que estaba cansada por un largo día que tal vez había comenzado en el preescolar y, al ver a su padre, se acomodó en sus brazos con la segu­ridad de que estaría en la calidez de su hogar cuando despertara. Con cuánta razón dijo Jesús: “Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan, por­que el reino de los cielos es de quienes son como ellos” (Mat. 19:14). 

Ser como niños es el gran desafío de los adultos, que nos sentimos en oca­siones autosuficientes, nos soltamos de Dios e intentamos con nuestros propios esfuerzos sobrevivir a las adversidades propias de la existencia.

Abandonar­nos en los brazos del Padre, descansar en él y tener la seguridad de que nos llevará a salvo al hogar celestial es una tarea difícil para los adultos. La falsa seguridad en lo que podemos hacer y en lo que tenemos nos hace sentir autosuficientes. Osadamente, a veces intentamos darle instrucciones a Dios para que actúe y responda a nuestras peticiones como lo deseamos, pero no nos sometemos a su voluntad. 

La niña de la historia literalmente se abandonó a los brazos de su padre; sin dudas, sin sospechas ni preocupaciones, pues sabía que con él estaba segura y libre de cualquier percance. En la simplicidad de su razonamiento, hay una enorme grandeza y una lección de fe que debemos aprender. Los niños creen todo lo que sus padres les dicen, porque saben que los aman. En la inocencia de un niño no hay ignorancia; por el contrario, hay una gran sabiduría. Sin tan solo nos sintiéramos en nuestra relación con Dios como ellos se sienten res­pecto a sus padres, viviríamos sin tantas cargas y preocupaciones. 

Aprendamos a descansar en los brazos del Padre celestial. Relajemos nuestro diario vivir, sabiendo que vamos seguras al hogar, aunque los vientos sean contrarios y nos acechen peligros y crisis.

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