Los enemigos de la paz
«No tengo descanso ni sosiego; no encuentro paz, sino inquietud». Job 3: 26
Imagina que llegas a casa después de un largo día de trabajo. Estás pensando quitarte la ropa, ponerte tu pijama y tus pantuflas suaves y lanzarte en el delicioso y mullido sofá de la sala. Pero no puedes, porque encuentras una visita inesperada en tu casa. Apenas te ve llegar te saluda:
—Hola, soy la Ansiedad.
Ella tiene su pijama puesto, está acostada en tu sofá, se ha preparado una merienda y se ha adueñado del control del televisor.
—¿Quién te dejó entrar? —preguntas.
En ese preciso momento, aparece la Desesperación con tus pantuflas.
—Pero ¿qué está pasando? —dices, sacudiendo la cabeza.
Subes corriendo a tu alcoba y, ¡sorpresa! En las gradas está sentada la Pobreza con una cruel sonrisa en los labios y feliz de haber entrado en tu vida. Retrocedes a la cocina, buscando una escoba para sacar a esos invitados indeseables cuando escuchas un escándalo, es el Llanto que acaba de romper el silencio de tu hogar. Ese llanto que vino a casa sin ser invitado, es el mismo que hace presencia en los funerales, en la enfermedad, cuando llega el embargo, en la carta de despido, en los divorcios…
Todos esos males vinieron sin ser invitados, si pudieras echarlos de seguro lo harías, o llamarías a las autoridades para que te ayuden. Por supuesto, es solo un ejercicio mental. La vida sería más fácil si estas emociones llegaran a tu casa físicamente, porque las podrías sacar de ella, tendrías la libertad de permitirles entrar o expulsarlas. Pero llegan sin aviso, no tienen la educación de tocar el timbre de tu casa, entran sin avisar, a la sala, en la alfombra, en la cocina, en tu alcoba, en tu cama o en tus sueños.
¿Te sientes atrapado por alguna de estas emociones? ¿La ansiedad de no poder cubrir tus cuentas cada mes? ¿La desesperanza de no poder superar una enfermedad? El patriarca Job pasó por una experiencia peor a la que pasamos la mayoría de nosotros, y sintió cómo los intrusos que personificamos más arriba invadieron su vida. Pero en medio de semejante ataque Dios nunca lo desamparó y al final le devolvió el doble de lo que el enemigo le había quitado.
Ese mismo @Dios te dice hoy: «No importa qué intrusos estén asediando tu vida para quitarte la paz, yo tengo el poder de expulsarlos de tu vida y devolverte la tranquilidad».