Operación Tormenta del Desierto
“Se desató entonces una guerra en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron al dragón; este y sus ángeles, a su vez, les hicieron frente” (Apocalipsis 12:7, NVI).
En agosto de 1990, los tanques de la Guardia Republicana iraquí cruzaron la frontera con Kuwait y los iraquíes rápidamente tomaron el control total del pequeño país. Casi con la misma rapidez, Estados Unidos inició la Operación Escudo del Desierto en señal de protesta, asegurando que Irak no pudiera ingresar a Arabia Saudita, el país lindero rico en petróleo. Las Naciones Unidas pidieron a Irak que retirara inmediatamente sus soldados, con la aprobación entusiasta de los Estados Unidos y otros 27 países. Frente a la negativa de Iraq, comenzó una de las guerras más rápidas de la historia de los Estados Unidos: la Operación Tormenta del Desierto. Empezó el 17 de enero de 1991 y duró a penas seis semanas. El ejército de los Estados Unidos liberó a Kuwait, hizo retroceder al ejército iraquí y obligó a cientos de miles de soldados a rendirse.
Desde 1979, el despiadado dictador iraquí Saddam Hussein era considerado uno de los líderes más violentos de la era moderna. Cuando sus líderes militares le desagradaban, a veces los mandaba a matar. Si su equipo nacional de fútbol volvía derrotado, quizá torturaba sin piedad a los deportistas. Más aun, Saddam Hussein libró una guerra civil contra tribus políticas opuestas, como los kurdos y los chiítas, y mató a cientos de miles de ellos en lo que se llamó una limpieza étnica. Cuando invadió Kuwait, Estados Unidos y sus aliados se hartaron y le dieron un ultimátum: váyanse o sufran las consecuencias. Como cualquier guerra, la Operación Tormenta del Desierto fue terriblemente destructiva. La cantidad de misiles guiados que se lanzaron sobre Irak es equivalente a la mitad del número total de misiles lanzados en los ocho años de la guerra de Vietnam. Y sin embargo, a pesar de la violenta destrucción desatada por la Tormenta del Desierto, casi no hubo pérdidas de vidas estadounidenses.
Una vez hubo otra guerra, pero una de mucho mayor envergadura. Satanás, que se convertiría en el dictador despiadado original del universo, se rebeló contra Dios en el cielo y, como era de esperar, fue expulsado. Continuó la lucha aquí en la Tierra, ejecutando a los fieles, y torturando y matando a millones. Pero el Dios del cielo protestó por este trato a sus hijos, y la resurrección de Jesús de entre los muertos estableció la derrota final de Satanás.
En esta tormenta de nuestro desierto, el resultado de la guerra ya está determinado. Lo único que queda es que tú y yo decidamos si aceptamos o no nuestra liberación.