“El Señor no necesita ‘gallinas’ ”
“Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré” (Mateo 25:21).
Charles Colson nos cuenta la maravillosa historia de Myrtie Howell (Loving God, p. 273). Myrtie nació en Texas en 1890. Cuando apenas tenía diez años, tuvo que abandonar la escuela para trabajar en un molino. Cuando tenía 17 años se casó y tuvo tres hijos. Uno de ellos, el del medio, murió a los dos años de edad. Hacia finales de 1939, murió su madre. Al mes siguiente murió su esposo; y, dos semanas más tarde, perdió a su suegro. Con la muerte de su esposo, Myrtie también perdió su vivienda, y tuvo que trabajar para mantener a sus otros dos hijos. Cuando su salud se deterioró, tuvo que recluirse en un hogar para ancianos. Luego murió su hijo menor, y su hijo mayor enfermó. Entonces la depresión se apoderó de ella y deseó morir: “Señor”, dijo en oración, “si ha llegado el momento para que yo parta de este mundo, estoy lista. Quiero morir”.
Aunque para entonces ya tenía más de noventa años, Dios tenía otros planes para Myrtie, porque después de haber orado, ella cuenta que claramente escuchó las palabras: “Escribe a los prisioneros”. Con aprehensión, Myrtie se sentó a escribir. Dirigió su primera carta a la Penitenciaría de Atlanta, Estados Unidos: “Querido recluso”, decía, “soy una abuela que se preocupa por ti, porque sé que estás en un lugar donde no deseas estar. […] Quiero ser tu amiga. Si quieres que te escriba de nuevo, escríbeme. Contestaré todas tus cartas”. Firmada: la abuela Howell.
Poco después, la Penitenciaría le pidió a Myrtie que escribiera a otros ocho reclusos. En poco tiempo, Myrtie estaba escribiendo a unos cuarenta reclusos por día, en prisiones de todos los Estados Unidos. Cuando, en nombre de la organización Prison Fellowship, Charles Colson la visitó, para agradecerle por su labor, Myrtie aprovechó para dar gracias a Dios porque estaba viviendo los mejores años de su vida.
Antes que Colson se despidiera, Myrtie lo atajó: “Señor Colson –lo exhortó–, solo quiero decirle que el Señor no necesita ‘gallinas’. De vez en cuando Satanás me dice que soy muy vieja para esto, porque se me olvidan las cosas, pero entonces recuerdo lo que el Señor me pidió que hiciera, y digo: ‘No voy a dar marcha atrás’. ¡Y tampoco lo haga usted!”
Oh, Señor, si esta ancianita pudo hacer tanto por ti, a pesar de sus noventa años, ¡cuánto podría hacer yo con tu bendición y tu poder! Señálame, pues, mi tarea, y ayúdame a cumplirla fielmente, para gloria de tu nombre.
Esta muy interesante